Julio Trujillo

La insoportable belleza

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Vivo en una muy bella zona del mundo, abundante en pintores cuya obra es, mayoritariamente, mediocre o mala. Se nota muy claramente en sus lienzos el esfuerzo por reproducir unas vistas que lo último que piden es ser clonadas, trasladadas de su radical espontaneidad al irremediable artificio de las buenas intenciones de los, por otro lado, muy simpáticos artistas.

A donde uno voltee, parece que se ha puesto un punto final y definitivo al poema escrito por la naturaleza, y todo agregado, imitación, réplica o proliferación tiene algo de insistente cursilería, ¡si ya el propio paisaje está a punto de ser insoportable! Acaso un yermo, me digo, un basural o una metrópoli incolora exigiría de la mano que sostiene el pincel un momento de duda, distancia y reinterpretación para no simplemente remedar esa fealdad, pero estos abrumadores cánones de belleza son como un licor “sublime” que intoxica de tal forma al acuarelista (digamos), que antes de preguntarse qué es lo que le dicen esos acantilados en el crepúsculo, qué provocan íntimamente en él o ella, ya los está comenzando a calcar, falsificándolos. Y es que yo no quiero que me digan lo que ven, pues yo también lo estoy viendo, sino que me digan quiénes son ellos a través de eso que ven.

Parecería que quieren, inoculados de realismo, obedecer a toda costa la instrucción del maestro de Jacques el fatalista: “Di la cosa tal y como es” (o, en este caso, “pinta la cosa tal y como es”), y que no han tenido paciencia para escuchar la grandiosa respuesta del alumno: “Eso no es fácil. ¿No tiene un hombre su propio carácter, sus intereses, sus gustos y pasiones según los cuales o exagera o minimiza? ¡Di la cosa tal y como es, dice usted!... Eso tal vez ni siquiera suceda dos veces en el mismo día en una ciudad. Y la persona que escucha, ¿está mejor calificada para escuchar que la persona que habla? No. Por lo cual, en una ciudad, difícilmente puede suceder dos veces en el mismo día que las palabras de alguien sean entendidas de la misma manera en que fueron dichas”. No pintes la cosa tal y como es, le diría yo a los artistas de Cornwall, sino tal y como tú la vives. Tal vez por esa razón, por esa obediencia a los dictados de la realidad, es que uno percibe de inmediato una mayor autenticidad en los pintores abstractos, que han quemado las naves de la figuración. Peter Lanyon, uno de sus mejores representantes, tiene esta certera definición: “La abstracción es una herramienta para representar el paisaje como experiencia, no como objeto”. Exacto, el paisaje como experiencia, los firmamentos alucinados de Van Gogh, las novelas rusas de Rothko…

Y, claro, el poeta toma nota, quiere también que las palabras sean una herramienta que extraiga, del abecedario, un alfabeto personal y apegado a la tiranía de sus entrañas, las cuales no admiten adulteración ni embellecimiento. La escritura verdadera —es decir, genuina— no es un gesto estudiado sino un acto convulsivo, más una fatalidad que un compromiso. Si cada uno de nosotros hablara una lengua distinta, tal vez en el ejercicio de la traducción entenderíamos mejor la violencia de esta belleza de fin de mundo. Pero, por otro lado, ¿quién quiere entender o explicar la belleza? Tal vez algún maestro distraído, como el de Jacques el fatalista. Mejor ser, siempre, el alumno.