Ira en Irán

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Cuando leí por primera vez que existía una “policía de la moral” me costó trabajo aceptar que no se trataba de una referencia a Orwell, o de una ficción distópica, sino de una organización dedicada, hoy, a defender e imponer el código de conducta (las normas del pudor) de la República Islámica de Irán. 

Ese código obliga a las mujeres a cubrirse la cabeza con un velo o hiyab, les prohíbe −o “sugiere” no hacerlo− usar pantalones ajustados, mostrar las rodillas, usar maquillaje o escuchar música en su coche... Me gustaría hacer bromas, pero me sale espuma, de rabia, porque la policía de la moral mató a golpes a Mahsa Amini, una joven de 22 años, por usar mal el velo. Es tan sólo un ejemplo entre miles en que se reprime la libertad y autodeterminación de las mujeres en un régimen fanático y machista que sencillamente no puede mantener el ritmo de la realidad. Pero ese ejemplo fue la chispa que encendió el fuego que quisiéramos incendiara hasta dejar en cenizas una ideología dogmática y violenta que nace del oscurantismo religioso y que se ha ensañado históricamente con las mujeres.

Protestar contra el régimen del Estado teocrático en Irán es muy peligroso: sus guardias y represores son muchísimos, y todos están lobotomizados. Y aun así, las mujeres, las valientes mujeres, llevan días y días protestando, ondeando su hiyab en llamas, quitándose el velo, cortándose el pelo y, en fin, haciendo de su cabellera un emblema de la libertad ante la intolerancia que las rodea. La represión no se ha hecho esperar y ya suma decenas de muertos, pero la chispa, que prendió en Teherán, tiene hoy réplicas que trascienden fronteras y que reflejan un malestar no sólo ante un régimen brutal en particular sino ante una desigualdad igualmente brutal, en general. Ellas y ellos, sobre todo jóvenes, han salido a las calles y parece no haber apagón de Internet que nos impida verles, admirarles y apoyarles desde nuestras diversas zonas de confort, desde estas realidades nuestras en las que es inconcebible que nos maten por llevar el pelo suelto.

Pero, bien visto, estas realidades nuestras no son tan ajenas a la realidad alternativa de los ayatolas: México es también un país feminicida en que las jóvenes mueren en circunstancias sospechosas. Es por ello que un gesto, iniciado allá, de inmediato tiene una réplica impaciente, valiente y muchas veces furibunda en todos los lugares del orbe en los que aún no se ha conquistado una mínima y anhelada igualdad de género que, por fin, nos permita disfrutar nuestras diferencias. Los muchos analistas que aseguran que esta nueva ola de protestas no traerá consigo un cambio de régimen en el Irán de la Revolución Islámica, tal vez no están percibiendo un desplazamiento tectónico más grande, global, que lo está reajustando todo y que nos atañe a todos: el de la revolución de las mujeres, cuyas conquistas son cada vez menos graduales y afectan a toda la sociedad, incluyendo a los sistemas más acorazados contra la influencia oxigenante del exterior.

La ira en Irán es la ira de todas y de todos y, si se llegara a apagar allá, se encenderá en otro lado, y luego en otro, porque la consigna de la libertad es inagotable.