Montaigne, Sexto Empírico y un tatuaje

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El otro día una mujer me preguntó si yo era griego. Le contesté con una sonrisa, y desde lo más íntimo de mi fenotipo tlatelolca, que no, que por qué. Por toda respuesta, señaló mi antebrazo izquierdo, donde, en efecto, tengo un tatuaje con una palabra en griego, cuyo autor es Sexto Empírico, y que significa “Continúo investigando”.

Es la traducción que aparece en la muy confiable edición de Acantilado de los Ensayos de Montaigne, que tiene al final un corpus de notas del que tomé la información. La idea de una constante indagación es muy de Montaigne, y tanto, que es una de las frases que mandó grabar en las vigas de su biblioteca, en esa famosa torre a la que se retiró, joven (¡a los 38 años!), exclusivamente a leer y escribir. Aprendiz como soy, y admirador de Montaigne, me tatué la frase de Sexto Empírico y nunca cuestioné la traducción hasta que tuve a la mujer griega frente a mí. “Estudiando”, me respondió cuando le pedí que me diera su versión de mi tatuaje. Me encantó: la economía de “estudiando” corresponde perfectamente con la potencia aforística de Sexto Empírico, que Montaigne supo reconocer muy bien, pues de las 54 sentencias grabadas en las vigas de su biblioteca, al menos ocho son de Sexto Empírico y ocupan el lugar de honor de las dos vigas maestras. Montaigne en su torre, rodeado de libros y de apotegmas como si estuviera inmerso en un hábitat de pura escritura, siempre me ha recordado al soneto de Quevedo que comienza: 

“Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con/

los difuntos

y escucho con mis ojos/

a los muertos”.

¿Y qué escuchaba Montaigne con los ojos?, ¿qué le decían los difuntos? Teognis le decía: “Vivir con poco, pero a resguardo de ningún mal”, a lo que Sócrates añadía: “Los odres vacíos se hinchan de viento, los hombres de pretensión” y Sófocles, coincidiendo, remataba: “Nosotros, los vivos: nada más que fantasmas, sombras sin peso”. Luego se hacía un silencio, roto por Terencio con su famoso pensamiento: “Soy hombre, nada humano me es ajeno”. Así pasaba Montaigne las horas, conversando con los muertos, pero había uno en particular al que le gustaba escuchar, uno cuyo tono, cuyo ejercicio de la duda y cuya honestidad bonachona informan notablemente los Ensayos, y ése es Sexto Empírico. Escuchémoslo como a un amigo sentado frente a nosotros y apreciemos su perfecta brevedad:

-“Es posible y no es posible”.

-“No determino nada”.

-“No comprendo”.

-“Nada es más”.

-“Sin inclinación”.

-“No aprendo” (candidato fuerte

para tatuaje).

-“A la expectativa”.

Y finalmente mi tatuaje, pero esta vez en traducción de Joan Flores:

-“A examen”.

Siempre que vuelvo a los adagios de Sexto Empírico, sonrío, pienso que, más que máximas, son “mínimas” y que es cierto que nada humano nos es ajeno, que somos pasajeros y erráticos y que no aprendemos nada, pero “continuamos investigando”, “estudiando”, “examinando” (como quiera que queramos traducir esa sentencia suya que hoy llevo inscrita en la piel), curiosos eternos como el buen Montaigne, extraordinario indagador de lo grande y lo pequeño, de lo importante y lo nimio, una voz amiga y cómplice que se apagó hace 430 años, pero que suena tan fresca como si nos estuviera platicando hoy, de tú a tú.