Julio Trujillo

Toma y daca

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Las palabras son metáforas muertas. Esto significa que la originalidad no está ni puede estar en las palabras que elegimos sino en la voz, el tono y nuestra manera de usarlas. La palabra, para llegar a nosotros, nació hace milenios, acaso como un símbolo puro, y el uso la transformó en una descripción y luego en una pieza un tanto manoseada, tal vez en un sonido destartalado que pudo morir y renacer un siglo después para encontrar su lugar, ya sin la resonancia del trueno, en nuestro vocabulario. Hablar es citar, y no hay mayor poema que el lenguaje mismo, que nunca podremos fijar mientras haya más de una boca que lo use.

Las citas no están hechas sólo de palabras. La silla en la que estoy sentado es un comentario de otro modelo previo, que a su vez cita a un tipo de sillas muy común en estos lugares, que responde a un diseño anterior y aquél a otro que cita a otro… ¿La primerísima silla? Está felizmente perdida entre las piedras y troncos de los más antiguos tiempos. Nuestra deuda con la tradición es tan grande, que se podría decir que no hay originalidad pura. Las mentes citan. Citamos por proclividad, sin darnos cuenta; por necesidad y a veces por placer. Para mí es una dicha pescar una píldora de conocimiento o de música y rumiarla a lo largo de los días hasta apropiármela y citarla naturalmente como discurso propio o verso propio, asumiendo la cleptomanía universal con que crecemos. Poner un pie en el pasado es ingresar en el más vasto de los bosques adentro de una selva hundida en el inmenso mar. Platón, fuente de tanto, sería nada sin ciertos dogmas cristianos, que a su vez… ¿Y los proverbios históricos? El huevo de Colón se le atribuye a Brunelleschi, y las portentosas últimas palabras de Rabelais, “Voy a ver al gran Tal vez”, tan sólo repiten el “If” inscrito a la entrada del templo de Delfos.

La tenacidad con la que las naciones rastrean su pureza, su originalidad, su esencia, es proporcional a la superficialidad de su pensamiento. Esto no significa que si yo observo un crepúsculo y pienso en la declinación de todo lo que vive estoy clonando en automático un silogismo original, pues no hay dos árboles idénticos y mi reflexión es mía conforme me la cuento, y las palabras con las que lo expreso, aunque hoy sean tornillos, giran al ritmo inimitable de mi pulso… Un libro nunca es nada más un libro sino su lectura, que a veces lo mejora entre líneas, y la sabiduría de lo que le escuchamos a alguien tal vez no está en sus palabras literales sino en nuestra instantánea interpretación. Se impone un equilibrio entre la ausencia de novedad y la implacable frescura de los individuos. Dice Emerson: “Nuestros benefactores son tantos como los niños que inventaron el habla. El lenguaje es una ciudad para cuya construcción cada ser humano trajo una piedra, pero su crédito no es mayor que el del acalefo, que aportó una célula al arrecife de coral que es la base del continente”. Y lo cito con gusto.

Eso quiso decir Eliot con su famoso epigrama: “Los poetas inmaduros toman prestado; los maduros, roban”. Es muy emocionante el toma y daca.