Julio Vaqueiro

Cuando el mundo cambió

RÍO BRAVO

Julio Vaqueiro *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Vaqueiro 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Todos sabemos en dónde estábamos y lo que hacíamos la mañana de aquel 11 de septiembre. Yo vivía en San Juan del Río, Querétaro. Estaba en el recreo y vi las imágenes de la tragedia, por primera vez, en una televisión diminuta que tenían en la tiendita del colegio. No sabíamos bien lo que pasaba ni lo que aquello podía implicar, pero todos los alumnos estábamos amontonados alrededor de la pantalla y lanzábamos teorías al aire como si entendiéramos del mundo.

Recuerdo también que, avanzado el día, los profesores se asomaban con frecuencia al salón de maestros y revisaban las noticias en la tele para ver cómo iban las cosas allá lejos, en Nueva York. Incluso aquí, en una pequeña escuela, de un pequeño pueblo, en un pequeño estado, sospechábamos que algo enorme había ocurrido.

Hoy, veinte años después, esas memorias se agolpan. El aniversario de los ataques terroristas en Washington y Nueva York cobra mayor relevancia esta vez por la reciente retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán. La periodista Julian Borger, del diario The Guardian, escribió que el declive de América, como superpotencia, comenzó aquel 11 de septiembre y llevó hasta la evacuación desastrosa de Kabul hace unas semanas. En la revista semanal del diario británico, Borger entra en detalles: Estados Unidos alcanzó su cenit con la caída del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética en 1991. Ese punto culminante duró una década, hasta que el desastre llegó desde un cielo azul a bordo de un avión de American Airlines. Casi tres mil personas murieron. Pero lo que más daño hizo al país fue su reacción visceral.

Siguieron las guerras eternas en Irak y Afganistán, el militarismo, la tortura, la seguridad excesiva en las fronteras, el autoritarismo y la xenofobia. Consecuencia de todo esto, vinieron después el cansancio en la opinión pública y una polarización peligrosa que en los últimos años parte a Estados Unidos por la mitad.

La respuesta autoinmune resultó más mortal que la propia infección que tenía que curar.

El Estados Unidos de hoy es más temeroso, menos libre y más solitario que el de antes de 2001. Yo llegué aquí hace ocho años y sólo he conocido la nueva versión de este país, pero amigos que fueron testigos de la transformación lo reconocen: ya nada es igual.

En la revista The Atlantic, el autor Garrett M. Graff hace un análisis sobre todas las decisiones incorrectas que se tomaron después de los ataques. Van desde una sociedad que cedió al miedo, un espíritu vengativo y una reorganización equivocada del gobierno, hasta una deficiente elección de enemigos en la que se ignoraron otros peligros lejos del Medio Oriente. “Viendo hacia atrás”, concluye el escritor, “no puedo más que pensar en que el verdadero enemigo, después del 9/11, fuimos nosotros mismos”.

Veinte años. Parecen tantos y, a la vez, parecen tan pocos. Cuántos sueños y cuántas distracciones teníamos entonces. Cuántas cosas parecían distintas. Por un momento pareció que la Historia terminaba con el fin de la Guerra Fría, sólo para descubrir que un nuevo capítulo se escribía a partir de un acto terrorista que millones de personas vimos, al mismo tiempo, por televisión. Y en ese instante, el mundo cambió para siempre.