Dichos y hechos de la cumbre de la Celac

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La VI Cumbre de jefas y jefes de Estado y de Gobierno de la Celac, que se llevó a cabo en la Ciudad de México, tuvo dos resultados que, en función de la agenda que se busque destacar, parecen ser contradictorios: por un lado, los fuertes encontronazos entre los diferentes mandatarios, principalmente alrededor del tema de la democracia; por el otro, las declaraciones de buenos deseos de una declaración conjunta llena de optimismo y respaldada por todos los mandatarios.

Como siempre, la verdad se encuentra a medio camino entre las dos interpretaciones. Si bien es obvio que resulta un logro que todos los asistentes aceptaran que “el proceso histórico de consolidación, preservación y el ejercicio pleno de la democracia en nuestra región es irreversible, no admite interrupciones ni retrocesos y seguirá estando marcado por el respeto a los valores esenciales de la democracia”; también dicha declaración resulta un chiste cuando se considera la terrible situación de violaciones a derechos humanos y abierto autoritarismo que se vive en naciones como Cuba, Nicaragua, El Salvador o Venezuela.

Igualmente, resulta una hipocresía saber que desde la Ciudad de México se proclama un acuerdo para reafirmar el “compromiso de proteger los derechos humanos de las personas migrantes”, al mismo tiempo que los elementos militares de la Guardia Nacional cazan, persiguen y atacan a los migrantes que cruzan por México con una ferocidad y saña propia de una Border Patrol región 4.

Los discursos de los mandatarios dejaron notar que, así como un país es demasiado grande como para caber en una sola persona, el gobierno de una nación, en este caso, México, no puede englobar la complejidad de una región tan diversa como América Latina. Por ello, la propuesta de eliminar y sustituir a la Organización de los Estados Americanos por un mecanismo más afín a los intereses de algunos integrantes encontró oídos sordos entre muchos de los asistentes que, además, no se quedaron callados ante las incongruencias de llenarse la boca con odas a la democracia cuando la realidad de muchos países no es así. Las participaciones del presidente uruguayo, Luis Lacalle, o del paraguayo, Mario Abdo Benítez, dejaron claro que tener en la mesa a los dictadores Nicolás Maduro o Miguel Díaz-Canel no implicaba convalidar los procesos antidemocráticos que ambos encabezan en sus respectivos gobiernos, por lo que era necesario señalarlos y cuestionarlos.

En esta dualidad de dichos escritos y verbales, el gobierno mexicano retoma una posición de liderazgo regional que, ciertamente, estaba en desuso. Desafortunadamente, lo hace vulnerando el tan repetido principio de no intervención, pues si bien el gobierno lo ha invocado para esconderse ante temas espinosos, no duda en ignorarlo por completo cuando se trata de dar un espaldarazo a los amigos y defenderlos a capa y espada. México dice no intervenir, pero no ha dudado en poner el pecho por los países que avanzan en reversa hacia la democracia, como sucedió con el espacio dado al presidente cubano durante nuestro desfile militar. Los dichos de la Celac son muy bellos, pero los hechos son muy tristes.