Leonardo Núñez González

La guerra contra el narco en Ecuador

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La violencia en Ecuador ha agitado la capacidad de asombro adormecida de propios y extraños, pues en cuestión de horas quedó claro que los grupos del crimen organizado habían logrado amasar una cantidad de poder tan grande que podían desafiar abiertamente al Estado, incluso transmitido en vivo por cadena nacional.

Ecuador no llegó de la noche a la mañana a este vacío de poder, pero sí ha sido un proceso acelerado que nos obliga a mirar con atención el peligro de los grupos criminales para los Gobiernos débiles.

Hace siete años Ecuador estaba en uno de los puntos más bajos de violencia en su historia, con tasas de homicidio por cada 100 mil habitantes inferiores a 6 —en niveles parecidos a los de Chile o Argentina y que en ese momento no eran ni una cuarta parte de los 25 de México—. Sin embargo, a partir de 2018 inició un ascenso vertiginoso que un lustro después multiplicó casi por 8 esta cifra, superando los 45 homicidios por cada 100 mil habitantes y convirtiendo a Ecuador en uno de los países más violentos del mundo.

Esta rápida degradación se explica por un peligroso coctel de situaciones externas e internas, en donde el tráfico de drogas, como la cocaína, así como la operación de los grupos criminales, se trasladó y desbordó rápidamente a un país que no estaba preparado ni acostumbrado al asalto de delincuentes fuertemente organizados, armados y financiados. En menos de una década, Ecuador pasó de ser un país de tránsito de drogas a uno de almacenamiento, procesamiento y distribución. Después de la pandemia, el puerto de Guayaquil se convirtió en el principal punto de salida hacia Estados Unidos y Europa de la cocaína colombiana, por lo que muchas de las principales mafias internacionales fijaron su mirada en Ecuador, incluyendo al crimen organizado mexicano y sus nada pacíficos métodos.

Las cárceles ecuatorianas fueron el epicentro de la última explosión de violencia criminal, pues el 7 de enero Adolfo Macías, alias Fito, se fugó para continuar al mando de la banda de Los Choneros, que opera como una filial del Cártel de Sinaloa. Dos días después también se fugó Fabricio Colón, alias Capitán Pico, líder de Los Lobos, un grupo rival que se encuentra vinculado al Cártel Jalisco Nueva Generación. Las cárceles han sido uno de los espacios en que el Estado ecuatoriano se ha visto derrotado, pues desde ahí las mafias han continuado operando impunemente y las han convertido en un espacio dominado y disputado exclusivamente por los criminales.

En septiembre de 2021, por ejemplo, en la cárcel de Guayaquil se dio un enfrentamiento entre bandas que terminó con 119 fallecidos y más de 80 heridos, convirtiéndose en la matanza más grande dentro de una cárcel ecuatoriana, pero no en la única. Cientos de presos han sido asesinados en estas disputas en que el Estado nunca quiso ni pudo retomar el control.

Hoy Ecuador se lanza a la guerra contra un cáncer que lo ha invadido desde hace tiempo, sin la certeza de que tenga los recursos suficientes para derrotar al enemigo y sin muchas alternativas, pues la lucha es por la propia supervivencia del Estado o su claudicación ante los criminales, que crecieron bajo la mirada pasiva del Gobierno y que hoy lo amenazan todo