Historia de bronce

EL ESPEJO

LEONARDO NÚÑEZ GONZÁLEZ
LEONARDO NÚÑEZ GONZÁLEZ
Por:
  • Leonardo Núñez González

Un grupo de manifestantes simpatizantes del movimiento Black Lives Matter derribó una estatua de Edward Colston, un adinerado comerciante de esclavos del siglo XVII, que terminó arrojada al mar en Bristol, Reino Unido.

Acciones similares han sucedido a lo largo de todo Estados Unidos, con estatuas de generales confederados y afamados esclavistas que han sido retiradas o vandalizadas en Albany, Alexandria, Birmingham, Boston, Dallas, Dearborn, Indianapolis, Jacksonville, Louisville, Miami, Montgomery, Nashville, Oxford, Philadelphia, Raleigh, Richmond, Rocky Mount, Sharpsburg y muchas otras ciudades.

Derribar una estatua como reflejo de un momento histórico es una acción vista en multiplicidad de ocasiones. Desde el mítico momento de la revolución húngara de 1956 en que la multitud tiró una gigantesca estatua de bronce de Stalin, pasando por la destrucción en 2003 de la estatua de Saddam Hussein en Irak, hasta el episodio en que una movilización acabó con la estatua de Antonio López de Santa Anna en 1844. El debate sobre la eliminación de figuras de bronce colocadas en el espacio público no es, entonces, ninguna novedad.

Sin embargo, siempre conlleva una álgida discusión debido a que necesariamente enfrenta a diversas partes de una sociedad. Una estatua representa la materialización en el presente de una visión específica de la historia. El monumento de Colston en Bristol no se colocó específicamente para celebrar el esclavismo con el que hizo su fortuna, sino para aplaudir las diversas acciones políticas y filantrópicas con las que benefició a su nación; pero, elevar a cualquier figura a la categoría de la historia de bronce encubre necesariamente todas sus fallas al colocar toda su personalidad en un pedestal de virtud incuestionable. Y aquí es donde el revisionismo histórico que pueden producir los movimientos sociales entra en juego. Porque si bien la estatua no celebraba la dominación racial, esta parte tan importante de la vida de un personaje público no se puede dejar de lado y, en un contexto como el actual, representa la reafirmación de una desigualdad histórica, que es inaceptable.

Uno de los contraargumentos más repetidos es que el retiro de las estatuas controvertidas equivale a eliminar una parte de la historia y, por lo tanto, mutilar el entendimiento de la realidad. Pero creo que esta visión es equivocada si concedemos que el derrumbe de una estatua, en sí misma, es una acción histórica que, entonces, hace que el personaje en cuestión entre en la historia, en la de papel, con las múltiples partes de su realidad debidamente reconocidas. Por eso la decisión de las autoridades locales británicas tal vez es la más adecuada: en lugar de pugnar por su reinstalación, la estatua será trasladada a un museo, en donde su exhibición no se imponga a todo el espacio público, sino que se muestre con la posibilidad de agregar mayor contexto para entender a la figura en sí misma, su contexto y a su controversia. Ésta es la historia que se necesita hacer en todo el mundo. Una en la que las figuras de la historia de bronce se muestren en toda su complejidad y no como una historia de blanco y negro, buenos y malos.