Magnus Hirschfeld y la militancia LGBTI
COLUMNA INVITADA
A 90 años del atropello nazi. El encuentro y las diferencias con Sigmund Freud.
El 6 de mayo de 1933 el nazismo reacciona contra la avanzada cultural y política de Magnus Hirschfeld, pionero de la sexología y del activismo por la reivindicación de los derechos de la comunidad LGBTI. En su reacción desaforada, el régimen ataca el “Instituto para la investigación de la sexualidad” fundado y dirigido por Hirschfeld y realiza una quema pública de su voluminosa biblioteca en las calles de Berlín.
Hirschfeld, de gira internacional invitado a un ciclo de conferencias y actividades tendientes a fomentar la instalación del movimiento LGBTI, se entera de lo sucedido y comprende que ya no podrá regresar a su tierra. De hecho, nunca lo hace; la muerte lo encuentra en Niza, en 1935. “Pues mejor que se muera antes de que le cojamos nosotros; así no tendremos que ahorcarle o matarlo de una paliza”, dice un testigo presencial del asalto del 6 de mayo, citado por el historiador Richard Evans en La llegada del Tercer Reich (Barcelona: Ed. Península, 2003, p. 416. Agradezco al sociólogo Heriberto Muraro esta referencia).
“La higiene sexual social desaparece para dar paso a la higiene sexual racial”, comenta el mencionado Evans en el mismo libro (p. 418), refiriéndose de este modo a los argumentos del nazismo que encontraron eco en los sectores tradicionalistas y católicos de las postrimerías de la República de Weimar.
Judíos, gays, lesbianas. Travestis, bisexuales. Discapacitados de diversa índole. Tildados de débiles que corrompen la raza, interrumpen la progenie y obstaculizan el crecimiento del nuevo imperio en ciernes. A todos ellos, el nazismo recién advenido al poder les promete los campos de concentración.
Unos cuantos años antes, James Strachey escribía: “Destinado en un principio al Anuario para sexualidades intermedias, que dirigía Hirschfeld, este artículo fue luego trasladado a otra revista cuya publicación acababa de iniciarse con el mismo director”. Así comienza la nota introductoria a “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, el célebre artículo de Sigmund Freud. El mencionado director no es otro que Hirschfeld y la publicación en cuestión, la Revista de sexología que en su primer número incluye el texto freudiano. Sin lugar a dudas no es necesario presentar a Freud. En cambio, tal vez sea conveniente recordar la figura de Magnus Hirschfeld.
Pionero de la lucha por los derechos de la comunidad LGB T I.
Seguramente todos conocemos el caso de Lili Elbe -quien suele ser considerada como la primera persona en someterse a una intervención quirúrgica de reasignación de sexo- a través de “La chica danesa”, película multipremiada de 2015. La primera de las cinco cirugías que formaron parte de su proceso de transición se realizó en Berlín, en 1930, bajo la supervisión de Magnus Hirschfeld. Lili acude a él como referente para que le garantice el acceso a una práctica tan controvertida como inexplorada.
Este hecho muestra el lugar que Hirschfeld ocupaba en el concierto de los discursos de la sexualidad. A principios de siglo había fundado el Comité Científico Humanitario, desde el cual militaba sostenidamente en contra del tristemente famoso “Párrafo 175” de la constitución alemana. Este condenaba la homosexualidad como una conducta delictiva.
En aquellos tiempos, Hirschfeld colabora de distintos modos con Freud, dado el interés compartido por un tema: la cuestión de la bisexualidad. Ello queda señalado en la publicación del artículo mencionado en el apartado anterior en la Revista de Sexología.
Varias menciones en Tres ensayos para una teoría sexual y la participación activa de Hirschfeld acompañando a Abraham en la fundación de la Sociedad Psicoanalítica Alemana, en Berlín, dan cuenta de la proximidad de estos dos hombres interesados por el estudio de la sexualidad. También es cierto que hay muchos otros rasgos característicos de cada uno que los han alejado, tal como consigna Ernest Jones en la biografía de Freud.
Magnus Hirschfeld cuenta con el logro imponderable de haber fundado el “Instituto para la investigación de la sexualidad” en tiempos del nazismo, que no solo es una institución en el sentido organizacional del término, sino acaso en otro más importante: funciona como un espacio capaz de alojar el padecimiento de personas que por el modo de vivir su sexualidad y por su estilo de vida -por razones éticas y estéticas- se sienten más cómodas allí que en el consultorio de un psicoanalista (rol que, por otra parte, está en plena construcción).
Luces y sombras de un recorrido extraordinario
¡Qué alivio la llegada del discurso científico decimonónico con su pretensión de arrojar luz sobre las tinieblas de la superstición! Pero qué problema cuando una teoría se vuelve religión. Consideremos estos dos polos como puntos de partida y destino del derrotero de Magnus Hirschfeld: en principio, logra extraer la homosexualidad del campo de la delincuencia para volverla objeto del discurso científico; luego, interviene quirúrgicamente sobre los cuerpos para “adecuarlos” a su teoría intersexual.
Se trata de un médico que, desde un paradigma biologicista, en un contexto sumamente hostil -lo cual le añade un valor político inestimable a sus acciones y un halo heroico a su figura- aloja a un grupo de personas maltratadas y privadas incluso del derecho a consultar con un profesional sin ser sospechadas de delincuentes ni patologizadas a priori.
Por otra parte, una línea seguramente no elogiosa de una crítica seria no puede dejar de lado las objeciones planteadas por Freud en “Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci” (1910) a la construcción de la teoría intersexual propuesta por Hirschfeld. Pero por sobre todas las cosas, encuentro aun más criticable su decisión de realizar la teoría en el quirófano, dando cuenta en esa acción de una certeza injustificada, crudamente refutada por los resultados.
“El Einstein del sexo” se titula una entrevista que le realizan en Estados Unidos. Lo cierto es que Magnus Hirschfeld, judío, sexólogo, militante socialista y públicamente homosexual durante la Alemania del “Párrafo 175” y el ascenso y entronización del Tercer Reich es un intelectual destacado y un hombre valiente que toma decisiones sustanciales en la polis cuando importa hacerlo, cuando poner el cuerpo para defender lo que se dice implica arriesgar la vida.
Por lo dicho, no puede sorprender a nadie que los nazis hayan atentado brutalmente contra su obra y hayan querido borrar su nombre de la faz de la historia. Más allá de diferencias teóricas y mucho menos arriesgado que las responsabilidades que él tomó a su cargo, considero como un deber que hoy nos toca el hecho de asegurarnos que las bestias no se salgan con la suya. Por eso mismo, 90 años después del atropello de aquellos brutos pisoteando, rompiendo e incendiando, creo que este mes de mayo es una buena oportunidad para recordar su nombre: Magnus Hirschfeld, pionero de la lucha por los derechos de la comunidad LGBTI.
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