Mónica Argamasilla

El alma de los libros

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Cada libro posee un mundo en su interior. Una visión personal de algún autor que al entrar en contacto con la mente del lector va cobrando vida con cada palabra y la historia deja una huella personal en cada uno.

Leyendo El libro negro de las horas, de Eva G. Sáenz de Urturi, un thriller que hace un homenaje a los libros y a las librerías de viejo, me encontré con un capítulo donde dos personajes hablan de la importancia de la lectura. El diálogo entre ambos es una joya por la visión que ofrece acerca de aquellas palabras que esperan en el interior de un libro para ser descubiertas, el personaje lo llama “medicina para el alma”, ya que afirma que “todos estamos un poco perdidos. Todos estamos un poco heridos”.

“No conozco una medicina mejor, sin efectos secundarios, sin química. Sólo la voz de un desconocido que se ha dejado la piel escribiendo una historia que condensa lo que ha aprendido de la vida por si te sirve a ti”.

Esta frase me hizo pensar cuántas veces ha recibido mi alma un bálsamo al sumergirme en la lectura; siempre se encuentra una frase que parece haber sido escrita exclusivamente para ti. Dicen que nosotros no escogemos los libros que leemos, sino que son ellos los que nos eligen a nosotros, son los que llegan a nuestra vida cuando necesitamos de su cobijo, de sus sabias palabras como consejo.

Un libro que permanece cerrado es un libro que no se comunica. Una sabiduría desperdiciada. El objetivo de cada historia es ser leída, es cobrar vida en aquel que le abre la puerta. La lectura nos obliga a involucrar todos nuestros sentidos, la imaginación es el arma más poderosa, es gracias a ella que la civilización avanza, que evoluciona. Ésta debe desarrollarse a lo largo de toda nuestra vida. Por eso es importante fomentar la lectura en los niños. En un mundo de imágenes inmediatas, dejamos que nuestro cerebro se vuelva perezoso. La inmediatez con la que vivimos nos evita hacer pausas para poder hacer introspección, para imaginar y gozar desde dentro. Cuando crecemos vamos perdiendo la capacidad de asombro.

Todos somos una especie de libro, todos compuestos por historias, por distintos capítulos que conforman nuestra trama personal. A veces dejamos que los demás nos lean, pero a veces queremos conservar capítulos para nosotros mismos. Así son los libros, historias que interpretamos de manera personal, haciendo una combinación entre lo que somos y lo que el libro nos regala. Y vamos escribiendo nuevos capítulos, aprendemos, nos reinventamos, nos volvemos mejores seres humanos, más completos. Más sabios.

¿Qué es entonces un libro que no se lee? Aquel que compramos por curiosidad, pero que abandonamos sin abrirlo. Es un universo que se desperdicia, es sabiduría en potencia, esperando activarse, convertirse en verbo, en acción. Cada historia es un regalo, es un remedio contra la soledad y un aliciente para la curiosidad. Ya dijo Sócrates que, “mientras más sé, más sé que no sé nada”. Eso me sucede con los libros, siempre aprendo algo, me muestran una dimensión desconocida, una visión distinta, una que va acompañando piezas de mi rompecabezas personal.

Una biblioteca es un pozo inmenso de sabiduría. Cuántas mentes viven reunidas entre sus anaqueles esperando ser descubiertas, como si cada uno de los libros al abrir sus páginas cobrara vida, una vida que quiere tocar la de su lector para crecer juntos. Y entonces comprendo que esa es el alma de los libros, la voz que me invita a viajar y a imaginar. El alma que toca la tuya para poder lograr una mejor versión de nosotros mismos.