Rafael Rojas

Bicentenario de un imperio

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

El Ejército Trigarante, en un lienzo de Ferdinand Bastin*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón..
El Ejército Trigarante, en un lienzo de Ferdinand Bastin
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Este 27 de septiembre se cumplen dos siglos de la victoria del Ejército Trigarante. En su libro Las ideas de un día (1969), el historiador Javier Ocampo, alumno de José Gaos en El Colegio de México, hizo la más completa radiografía del entusiasmo que suscitó aquel acontecimiento. Iturbide y Guerrero fueron recibidos con arcos de triunfo, coronas de flores, guirnaldas de colores, fuegos pirotécnicos, canciones, odas y sermones.

La idea predominante, entre las muy diversas de aquel día, no era que se “consumaba la independencia” sino que terminaba la guerra: lo que se “consumaba” era la “empresa” iniciada con el Grito de Dolores. La paz y unión entre mexicanos y españoles, con la religión católica como telón de fondo, eran las causas que más amplio júbilo despertaban en todos los sectores de la sociedad.

La independencia, establecida en los Tratados de Iguala y Córdoba, y reiterada en el Acta de la Junta Suprema, y firmada por Manuel de la Bárcena, José Yáñez, José Miguel Guridi y Alcocer, Anastasio Bustamante y una treintena de líderes políticos, militares y religiosos, el 28 de septiembre, era interpretada de múltiples maneras. Dado que el trono del nuevo imperio se ofrecía a Fernando VII o algún miembro de la dinastía borbónica, el significado del término “independencia” era polisémico.

El Acta sostenía que la “Nación Mexicana”, que durante tres siglos no había tenido ni “voluntad propia”, ni “uso de la voz”, salía finalmente de la “opresión”. También afirmaba que esa nación era “independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha”. De manera que la independencia también era vista como la recuperación de una soberanía perdida con la conquista. De hecho, se hablaba de una “restitución” de derechos naturales a la América Septentrional.

Tanto los planes de Iguala y Córdoba, como la citada Acta, prestablecían una forma de gobierno específica para esa nación, vieja y nueva a la vez: el Imperio de la América Septentrional. Aunque también se usaba el término “imperio mexicano”, la extensión territorial que se derivaba de la primera fórmula era mucho más amplia que la Nueva España o México, ya que integraba todo el territorio que iba de Panamá a Oregón por el Pacífico y a la Luisiana por el Golfo, de acuerdo con el Tratado Adams-Onís (1819).

El Acta no dejaba margen de dudas sobre quién era el líder máximo de ese imperio. En un momento se hablaba de Iturbide como un “genio superior a toda admiración y elogio, amor y gloria de su patria”. En otro se le definía como el “Primer Jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías”, que “sabiamente” había sentado las bases para constituir la nueva nación.

El documento era explícito sobre la decisión de convocar a la instalación de un congreso constituyente, que elaboraría la Carta Magna del nuevo imperio. Esa decisión era el elemento más tangible de la separación de México de España, ya que hasta entonces todo el proceso representativo liberal, que involucró a la Nueva España, lo mismo en el periodo de la Constitución de Cádiz que en el Trienio Liberal, remitía a una representación del reino dentro de la monarquía católica española.

Con la creación del primer congreso se retomaba el proyecto de una representación propiamente nacional, iniciada en el Congreso de Anáhuac de 1813 por José María Morelos. Tan sólo por abrir esa puerta de acceso a la constitución de un nuevo Estado nacional, con su propio poder legislativo, el imperio fue, en la práctica, el primer gobierno independiente del México moderno.

La reticencia a admitir esto último ha sido poderosa y prolongada en la historia de México. Este 16 de septiembre volvimos a escuchar, en el Zócalo, en voz del presidente de la república, la tópica contraposición entre Hidalgo e Iturbide y entre el grito y la consumación. Pero conmemorar las dos fechas y a los dos héroes sería más fiel a la historia misma.