Liberales, libertarios y neoliberales

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

El liberal argentino Juan Bautista Alberdi, en una foto  de 1850.
El liberal argentino Juan Bautista Alberdi, en una foto de 1850.Foto: Especial
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Los triunfos electorales de nuevas derechas en América Latina y Europa intensifican el reciclaje de viejos términos de la teoría política. En medios de comunicación y redes sociales se usan como etiquetas, con el propósito de identificar o descalificar a actores políticos, cuando se trata de conceptos con un campo de significación precisa en la historia global y, específicamente, latinoamericana.

En orden de aparición, el término “liberalismo” circula en el mundo hispánico desde los tiempos de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812. En aquella época se utilizaba para caracterizar a los partidarios de los gobiernos representativos y las monarquías constitucionales, en contra de los leales al absolutismo borbónico. Muy pronto el liberalismo se convertiría la principal fuente del constitucionalismo decimonónico en América Latina.

Para mediados del siglo XIX existía en América Latina una corriente liberal, reconocible en casi todos los países de la región, que suscribía la doctrina de los derechos naturales del hombre, impulsada por las revoluciones atlánticas y sustentada en las ideas contractualistas de Montesquieu, Rousseau y Constant en Francia o de Locke, Hobbes y Stuart Mill en Gran Bretaña. Ésa sería la corriente hegemónica durante la consolidación de los estados nacionales latinoamericanos.

Liberales fueron, en Argentina, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, en México, José María Luis Mora y Melchor Ocampo, en Cuba, Félix Varela y José Antonio Saco. Para fines del siglo XIX, el positivismo y el evolucionismo cuestionaron y transformaron el liberalismo clásico y a partir de las revoluciones y los populismos del siglo XX, aquella tradición debió mezclarse con otras doctrinas sociales.

En la Europa posterior a las revoluciones de 1848, cuando emergía el movimiento anarquista, el francés Joseph Déjacque introdujo el término de “libertarios” para diferenciar a los anarquistas obreros del reformismo liberal y socialdemócrata. El adjetivo corrió con suerte y, desde entonces hasta hoy, hay anarquismo de izquierda que se autodefine como libertario.

Sin embargo, en medio de la ruptura entre el liberalismo y el naciente neoliberalismo, durante la Guerra Fría, el concepto de libertarianismo o libertarismo abrió su propio cauce de significación dentro del campo de la derecha. En el libro de Robert Nozick, Anarquía, Estado y utopía (1974), respuesta al liberalismo social de John Rawls y Amartya Sen, se utilizaban indistintamente las clasificaciones de anarquistas y libertarios.

Dentro del bloque teórico neoliberal (Mises, Hayek, Friedman, Coase, Stigler…) emergió entonces un flanco libertario que llevó al extremo las premisas del Estado mínimo, la desregulación, la contracción del gasto público y las privatizaciones. En casi todos los países latinoamericanos, desde el Chile de Pinochet hasta el México de Zedillo, ha habido teóricos, fundamentalmente economistas, inscritos en el neoliberalismo. Más difícil es identificar, intelectualmente hablando, una corriente libertaria.

Ese libertarianismo capitalista se ha desarrollado teóricamente de manera acelerada, sobre todo en Estados Unidos, en las últimas décadas. Año con año se escriben decenas de libros que buscan diferenciar la propuesta libertaria, ya no del anarquismo, la socialdemocracia o el liberalismo social, sino del propio neoliberalismo de la Guerra Fría y los Chicago Boys.

Frente a esa nueva corriente intelectual y política poco sentido tiene acusarla de “espuria” o “contradictoria”, como tanto se lee en estos días. Pero menos sentido tiene confundirla con las otras dos aquí reseñadas, como también se repite, de un lado u otro del debate. Tanto la identificación del nuevo libertarianismo con el liberalismo clásico como con el neoliberalismo de la Guerra Fría son equivocadas y ahistóricas.