Valeria López Vela

Lolita exprés: los nombres

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Desde 2019, he seguido con atención el caso en contra de Jeffrey Epstein cuando fue arrestado en Nueva York, con cargos federales por tráfico sexual de menores y conspiración de tráfico sexual.

Epstein fue encontrado muerto en su celda el 11 de agosto de 2019 y las causas siguen causando dudas. Hasta este momento, el FBI ha sostenido que se suicidó con las sábanas de su celda. Esto es verosímil pero improbable por las condiciones de seguridad de la prisión y porque, de acuerdo con el protocolo de seguridad, no podía quedarse sin supervisión tras el intento previo de suicidio del 23 de julio de ese mismo año.

La muerte de Epstein lo salvó del juicio, la condena y el escarnio. Le evitó escuchar los reclamos de sus víctimas. También, protegió a otros hombres ricos a los que “convidó” a sus reuniones a costa de la dignidad de menores de edad. Hasta ahora, para ellas sólo había habido reparación monetaria que, nadie lo dude, nunca es suficiente.

Se sabe que los depredadores suelen utilizar la figura moral de las mujeres para atraer a nuevas víctimas, quienes bajan la guardia “por la presencia de otra mujer” en la situación, normalizando la violencia que están a punto de padecer. Este modo de operar funciona tanto para los casos de violencia sexual, violencia laboral e incluso doméstica. 

Otra figura esencial en el juego de poder, encubrimiento y sometimiento implicados en la violencia sexual es el de los abogados que encubren o defienden a los depredadores y que se valen de cualquier estrategia para mantener la estructura de dominación y odio hacia las mujeres. En este caso, el abogadete Den Hollander fue el encargado de asesinar al hijo de la juez Esther Salas, quien autorizó la falta de inspección del Deutsche Bank sobre las cuentas del millonario; estas afortunadas omisiones sostuvieron financieramente la red de explotación sexual.

El perfil de Roy Den Hollander parece sacado del “Manual del Buen Macho”: se definía a sí mismo como “antifeminista”, demandó a la Universidad de Columbia por ser un “bastión de intolerancia contra los hombres” y sostuvo que el programa de estudios de mujeres “demoniza a los hombres y exalta a las mujeres para justificar la discriminación contra los hombres basada en la culpa colectiva”.

Sin embargo, faltaba una pieza importante por conocer: el nombre de los clientes. Porque esta clínica de la humillación no habría sido posible sin personas —hombres y mujeres— que estuvieran dispuestas a pagar por violar. Y están a punto de salir a la luz.

Entre los nombres que suenan están Bill Clinton, el príncipe Andrés, Woody Allen, Noam Chomsky, Lawrence Summers… los sospechosos habituales.

El conveniente y oportuno suicidio de Epstein protegió, por algunos años, a un grupo de poderosos y ocultó el funcionamiento de una red de abuso de menores. Ya no más.