Valeria Villa

La crisis del amor

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hoy en día pueden constatarse distintas manifestaciones de un pensamiento escindido desde lo colectivo, sobre el amor. Por una parte, se le vive con paranoia, con el discurso que afirma que no existe y que es sólo una construcción social. También argumentando, no sin razón, que se justifican las relaciones de dependencia, sumisión y violencia en nombre del amor.

Por otro lado, se le pide más que nunca. Ya no basta con un vínculo estable, medio aburrido y más institucional que sentimental. Lo de hoy es buscar la felicidad en el amor, la realización emocional y la plenitud sexual. Algo menos que eso será motivo para terminar una relación. Que el amor no se atreva a atentar contra el proyecto individual porque ésa también será causal para finiquitar las ilusiones y los planes compartidos. Debe ser, como afirma Luciano Lutereau, que enfrentamos el ocaso de las instituciones amorosas, como el matrimonio, el noviazgo o la monogamia. Hoy la gente se casa menos y encuentra muy difícil construir vínculos duraderos. Llamarle a alguien novio o novia quedó en el pasado. Hoy la gente dice que sale, que se están conociendo, aunque hayan pasado años desde el primer encuentro. Los núcleos narcisistas, presentes en toda psique, son el objetivo del capitalismo de consumo. El amor es también una mercancía que debe adaptarse perfectamente a nuestras necesidades. La angustia de la soledad y el vacío ha vuelto de las aplicaciones de citas negocios jugosos y también tristes. La gente de verdad cree que puede pedir amor a la carta y entregable en la puerta de la casa. Los discursos feministas se han vuelto una plataforma de superioridad moral desde la cual muchas mujeres de verdad se piensan mejores que los hombres, porque son casi todos, decepcionantes, narcisistas malignos, tóxicos, prescindibles. Qué pena no ser lesbianas, proclaman mujeres desilusionadas. Los varones, por su lado, han dejado de ser esas máquinas sexuales. Ahora se conforman con que los dejen en paz, con que no los moleste una histérica que les demanda que sean sensibles, igualitarios y deconstruidos. Hacer un elogio del amor de pareja nunca ha sido más difícil.

Dice Erick Fromm en El arte de amar que amor es “lo que nos saca de nosotros mismos y nos lleva hacia el otro”. Fromm afirma que el amor no es sólo un sentimiento o pasión sino también una capacidad que se puede desarrollar con esfuerzo. Lo del esfuerzo resulta difícil de vender entre los más jóvenes que están convencidos de que si no fluye fácil, ahí no es. El amor, nos guste o no, también es conflicto, porque nos importa, nos interpela, nos saca de la comodidad de hacer lo que nos da la gana para pensar en lo que alguien más necesita. Deconstruirse no basta para construir un nosotros. Otto Kernberg, psicoanalista norteamericano, escribió ampliamente sobre la salud y la patología en las relaciones amorosas. La pregunta más importante según Kernberg es cómo amar sin destruir al otro. Aceptar nuestro potencial agresivo es la única forma de atajarlo. En el amor, la posición infantil se reconoce por un discurso que demanda, que pide mirada atenta y la satisfacción de los anhelos de fusión. La posición adulta, la única razonable, la más simple y la más difícil también, es amar la libertad del otro y protegerle de nuestra neurosis en la medida de lo posible. El amor no necesariamente fluye fácil ni trae sólo paz. Las relaciones de amor o amistad que se extienden en el tiempo pasan siempre por crisis y fracturas que sólo pueden repararse pidiendo perdón y volviendo a empezar una, dos, tres, mil veces.