Valeria Villa

Duelo sin lágrimas

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa
Por:

El dolor que no tiene salida con lágrimas, provoca que los órganos lloren

(Henry Maudsley, psiquiatra británico) 

En el artículo de la semana pasada (https://www.razon.com.mx/opinion/columnas/valeria-villa/razones-corazon-405768) conté la historia de Tim, que cuenta su analista, Joyce McDougall, en su espectacular libro Theaters of the body (Norton, 1989). Un paciente con muchos síntomas pero dos especialmente graves: Alexitimia aprendida, para desconectarse emocionalmente de los sucesos dolorosos de su vida, pero que arrasó también con la alegría y el placer de vivir. Tabaquismo grave. Cuarenta cigarros diarios. El deterioro del funcionamiento de su corazón que culminó en un infarto. La ceremonia suicida que fumar representaba para Tim. Evitar las emociones asociadas a los eventos de la vida y fumar parecían conectados de manera psíquica y física a su condición cardiaca.

La experiencia analítica de 6 años le permitió a Tim estar más consciente de sus reacciones afectivas, dentro y fuera del consultorio. Empezó por reconocer lo elemental: la alegría y la tristeza, aunque quedaba fuera de su espectro la furia, la ansiedad, el amor, la culpa, la nostalgia, junto con la capacidad para nombrarlas y vincularlas con eventos específicos de su vida.

A pesar de las recomendaciones de los médicos, Tim no se sentía capaz de dejar de fumar, porque era una de sus maneras de dispersar los sentimientos. La cortina de humo que producía todo el día lo alejaba de las experiencias afectivas. Fumar era su estrategia principal para reducir la angustia y también un deseo de muerte.

Después de mucho tiempo, Tim logró llorar varias veces después de salir de su sesión analítica y ya no olvidaba ni el contenido de lo conversado en las sesiones ni las emociones asociadas a esos relatos. A Tim lo conmovió, en principio, la preocupación de McDougall por su falta de conexión emocional. Por fin alguien se interesaba en él. Alguien que debió ser su madre, pero que a lo largo de su relación, había sido incapaz de hacer sentir a Tim cuidado y protegido y que además le prohibió expresar vulnerabilidad. Sentir le permitió a este paciente sentirse psíquicamente vivo y más confiado en su capacidad para comunicarse. La defensa de la invulnerabilidad siguió apareciendo intermitentemente. El cambio resultaba muy amenazante para el adulto en control. Darle voz al niño que quizá necesitaba aullar de terror o gritar con furia desestructuraba su forma habitual de enfrentar la vida. Las puertas que se abrieron para Tim le permitieron soñar despierto aunque seguía sin recordar sus sueños. Comenzó a tener imágenes aterradoras sobre estar encerrado o prisionero y asoció este reverie con un castigo que recibía de su madre con frecuencia, cuando se portaba mal: aislado un largo rato dentro de una caja oscura; Tim se había identificado y repetía la parte castigadora de la madre y ahora era su propio carcelero, tratando sus emociones como mala conducta. La reconstrucción de la muerte del padre y recordar la prohibición de la madre de llorarla, permitió que Tim hiciera el duelo de su padre por primera vez. Entender que ahora él tendría que ser una madre suficientemente buena para sí mismo y cuidarse, le permitió dejar de fumar.