Valeria Villa

Elogio de lo incierto (I)

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa
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Hay encuentros estrujantes con algunos libros. Experimenté uno con la lectura de Y sin embargo, el amor: Elogio de lo incierto, de Alexandra Kohan, publicado este año por Paidós. El amor erótico es uno de los temas sobre los que más pienso, alentada en parte por el discurso repetido por muchos de mis pacientes, preocupados por encontrar un amor verdadero, tristes por llevar muchos años sin pareja, deseosos de sentir pasión erótica y de poder compartir su vida y sus anhelos. Siempre me pregunto por qué le pedimos tanto al amor pero sobre todo, por qué le pedimos lo que no nos puede dar. 

El libro de Kohan está dividido en ocho capítulos en los que aborda los asuntos que considera centrales sobre Eros, una fuerza que descoloca, que siempre está fuera de lugar y que se resiste a ser reglamentada. Se acompaña, para ilustrar sus ideas, de Roland Barthes, Jacques Lacan, Anne Dufourmantelle, Florencia Angilletta, Jean Allouch, Judith Butler, Jacques Derrida y Sigmund Freud, entre muchos otros. Kohan afirma que no escribe para saber del amor, sino para decir cosas sobre él, equívocas, que no buscan nada que se parezca al progreso y sí a hacer agujeros por los que pueda respirar el deseo: Si como dice Roland Barthes, “el discurso sobre el amor termina, no en ciencia, sino en elogio”, acá el mío: mi elogio del amor. Para hablar del amor sólo se puede hablar desde esa zona del no saber, para que el amor no se detenga en un discurso cerrado, definitivo y transparente. Freud, citando a Goethe: Estás con el diablo ¿y quieres asustarte de la llama?

Kohan rompe con la idea de la pareja como pares y exalta lo extraño, lo impar, lo singular. Se trata de un amor un poco más allá del narcisismo. En la relación amorosa, no se trata de dos sujetos, sino de dos posiciones: un sujeto y un objeto. En las dos posiciones de sujeto en el amor no hay pareja posible: una pareja es un intento por abolir la singularidad, la imparidad, la disimetría; es un intento de homogeneizar una relación y armonizar pretendiendo anular las diferencias; es como dice Barthes, el espacio y el tiempo sin crisis.

Que el deseo no pueda ser satisfecho no significa que se viva una vida de insatisfacciones, que alguien viva insatisfecho y sintiéndose menos. Significa que las cuentas nunca saldrán bien y que el deseo ha de existir en la falta.

Demandar amor es pedir la incondicionalidad del otro, diluyendo así su especificidad porque lo que importa es que dé. Como los niños cuando dicen quiero algo. Es la demanda la que confiere todo ese poder al otro. Quien demanda, como dice Barthes, espera, espera, espera. No hay espera sin angustia, que es otro nombre de la espera y parece que de la respuesta de la demanda, se desprende la respuesta de cuánto vale el que espera.

Aprender a no demandar convertiría en acto la idea de que no hay deseo sin falta, no hay amor en la posesión. Poseer y amar son antónimos. Si hay posesión no hay deseo. Eros respira ahí donde no tiene que dar pruebas, ahí donde encuentra lugar para expandir sus ambigüedades, ahí donde no se le exigen signos seguros. Eros respira cuando hace de la disparidad su causa.

La armonía es una ilusión. No hay superación de las diferencias. En el amor por el contrario, se producen y se aceptan las diferencias.

(Continuará)