Intimidad, terapia y tecnología

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Sigue siendo impresionante que en marzo de 2020, quienes teníamos un consultorio de psicoterapia, lo cerramos y abrimos uno virtual desde nuestras casas en cuestión de semanas. A veces pensamos que los cambios en la forma de hacer las cosas toman mucho tiempo, pero ese año rompió esa creencia por tratarse de una situación límite.

La teleterapia, terapia virtual, terapia a distancia o como ustedes prefieran decirle, llegó para quedarse al grado que hubo terapeutas que ya no regresaron a sus consultorios porque los pacientes no quisieron volver a sus sesiones presenciales.

Habría que pensar frente a esta realidad, en los retos para la terapia que ahora está atravesada por la tecnología. En su calidad de vínculo, se ha tenido que adaptar a esta nueva forma de relación en la que hay una pantalla de por medio. La intimidad, el encuentro de mentes, la cualidad de profundidad y de significado son los rasgos más relevantes de esta diada entre terapeuta y consultante.

Se volvió normal establecer relaciones terapéuticas con gente que está en otras partes del país o del mundo. Charlamos, nos concentramos, se eliminan todas las distracciones en la medida de lo posible, sentimos, nos conmovemos, pero es una forma distinta de relación. No sabemos qué hay detrás de la pantalla. Algunos pacientes son muy cuidadosos en no dejar ver casi nada de la intimidad de su casa, aunque también vemos a mamás con sus bebés, gatos, perros, esposos, hijas, que de pronto entran a saludar. Algunos nos invitan a un tour para mostrarnos algo tan íntimo como su casa. Nosotros, los terapeutas, también dejamos ver partes de nuestra intimidad, algo impensable en otros tiempos.

Hemos dejado de compartir el espacio físico con algunos pacientes y por otro lado, se acercó gente que quizá nunca se habría atrevido a ir personalmente a un consultorio de terapia. Es notable cómo en algunos casos y después de varios años, nunca hemos visto a un paciente en persona, porque vive en otro lugar.

La definición de intimidad ha tenido que cambiar con la irrupción de la tecnología, de la Inteligencia Artificial, de los chatbots que pueden simular que estamos haciendo terapia con Sigmund Freud, aunque todavía esté en el nivel de chiste o experimento. Aunque ya existen aplicaciones que “dan terapia”, no funcionan, la gente no las usa, están mal diseñadas, pero aunque fueran perfectas, el encuentro entre personas es irreplicable.

Hay algunas otras implicaciones del uso de la tecnología. En investigaciones recientes se encontró que 40 por ciento de los terapeutas googlea a sus consultantes. Respondieron que por seguridad y para corroborar información. Lo cierto es que la intimidad de terapeutas y consultantes está mucho más expuesta que antes. Hay terapeutas que publican cosas personales en las redes y tendrían que estar dispuestos a responder las preguntas de los pacientes curiosos que también los googlean. También sabemos que nuestro teléfono nos escucha. Si una paciente viene a decirme que quiere abandonar a su marido para irse muy lejos, es posible que en cuanto salga del consultorio, comience a recibir promociones de viajes. La intimidad en la era de la tecnología es mucho más difícil de cuidar, es más permeable.

Es muy emocionante poder llegar con mi trabajo a gente que vive muy lejos y que a pesar de ello, sea posible un encuentro terapéutico. También es verdad que sigo encontrando una calidez distinta cuando comparto el espacio con los pacientes, cuando vienen al consultorio, se toman un café, podemos vernos bien a los ojos, hablar sobre el calor que está haciendo y contar con toda la dimensión sensorial del encuentro tridimensional. Sin embargo, no es posible medir si son más efectivos los procesos terapéuticos presenciales. Sin duda, hay diferencias entre la realidad psíquica, la real y la virtual, pero las tres comparten fronteras. Habría también que establecer criterios para decidir qué pacientes se beneficiarían más de venir al consultorio que de la teleterapia. La posibilidad de procesos híbridos, que combinen lo presencial con lo virtual, debería ser la norma no sólo en la terapia, sino en otras esferas como el trabajo y la educación.

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