Valeria Villa

El poder de las palabras

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El lenguaje está vivo mientras vive quien lo habla. Depende de la evolución social y las palabras que circulan entre todos los hablantes de un grupo social y en un tiempo histórico, son las que más pronunciamos. La personalidad humana se construye con palabras. Nos hominizamos gracias al lenguaje.

En terapia trabajamos con relatos sobre el impacto de las palabras en la identidad, en la idea de sí mismo y en la percepción de las experiencias. Si nos dijeron desde muy niños que éramos tontos o torpes y lo hicieron de forma repetitiva como un método “educativo” es muy probable que nuestro diálogo interior incluya las palabras

tontería y torpeza.

La violencia también se ejerce con las palabras cuando se pronuncian sin ninguna consideración por la dignidad del otro. Son muchas las familias que usan groserías para comunicarse, insultándose. Es común decir palabras en tonos cariñosos para decir cosas hirientes. Se llama doble mensaje y es enloquecedor. Si mi madre me dice con tono suave y hasta dulce que soy una mensa que no toma buenas decisiones, llegaré a creer que me lo dice porque me quiere y no porque la agresividad es su forma de comunicarse.

Las frases con las que crecimos nos marcan para bien o para mal y forman parte de nuestro repertorio para pensar el mundo. Durante décadas estuvieron normalizadas las crianzas agresivas por considerarlas formativas. “Te lo digo porque te quiero, porque me importas, porque me preocupas, para que te fijes más, para que te des cuenta”: y después nos decían eres tonta, no sirves, tienes dos pies izquierdos.

Dice Luis Fernando Lara, lingüista y miembro del Colegio Nacional, que la lengua es como un gran órgano de catedral que se puede tocar como violín, como piano o como tambor; hay muchísimas maneras de hablar y el significado de las palabras depende del contexto: una palabra ofensiva puede decirse entre amigos y sonar incluso cariñosa, pero dicha en medio de un conflicto empeora la situación. No son las palabras lo que se debe corregir sino el respeto por la dignidad de todas las personas, especialmente de las minorías raciales, religiosas, por su orientación sexual y de todos los grupos vulnerables, como las mujeres y los menores. Las palabras tienen distintos significados, es el discurso, el tono y la intención que traen consigo lo problemático.

Al ser confrontados con la agresión que hay detrás de lo que decimos, lo negamos para encubrir la pulsión destructiva que a veces o con frecuencia se sale de control. Es difícil aceptar que a veces somos destructivos y que por estar acostumbrados a hablar de cierta manera, se nos volvió invisible. De todos modos somos responsables de nuestros dicho y siempre conviene pensar en lo que decimos, cómo lo decimos y para qué lo decimos. Habría que retrasar las palabras para evitar la culpa que viene después de decir algo de lo que nos vamos a arrepentir.

Las palabras también pueden comunicar afecto, construir amor propio y ser una fuente de fortaleza. Se nos olvida que existen el reconocimiento y las palabras amorosas. Habría que escuchar lo que le duele al otro cuando escucha. También deberíamos de ser capaces de narrar y de escuchar lo traumático, lo que se volvió un secreto y que mientras no sea nombrado no encontrará reparación. Como las víctimas de abuso sexual que a veces logran hablar después de mucho tiempo.

Las palabras cambian por las diferencias generacionales: padres y abuelos suelen utilizar lenguaje racista, clasista, sexista, homófobo, xenófobo. Las nuevas generaciones enloquecen de rabia y frustración cuando sus madres no deconstruidas hablan del peso, del color de la piel de sus hijos y nietos y dicen que bonita sólo puede ser una mujer delgada. Frente a esto será necesario el diálogo y la tolerancia; también explicar la postura personal y poner un límite. Se vale y se puede pedir el respeto de los mayores.

Dijo Wittgenstein que los límites del lenguaje son los límites del mundo. Tenemos versiones rígidas sobre quiénes somos, formadas de unas cuantas palabras repetitivas que limitan nuestro mundo. A la historia del trauma se le pueden sumar otras en las que sí podemos, somos capaces y nos fortalecen. Las palabras edifican o sepultan y hay que encontrar las mejores porque van a impactar al otro de manera trascendental.