Valeria Villa

Lo que en realidad quiero decir

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Es frecuente que cuando la pastora alemana que vive en mi casa se enferma, yo diga, consternada, que hay que llevarla al pediatra. Aunque sé que a dónde debe ir es al veterinario, este error revela que esa perrita ocupa en mis afectos el lugar de una niña, de una hija. A veces los lapsus revelan algo que está en el inconsciente.

Hablando de lo estricta que es su conciencia, debido a lo cual se siente culpable de todo, un paciente ha dicho varias veces que se quiere ir al infierno en vez de decir que se va a ir al infierno. Lo nota y lo señala en cuanto lo dice pero no lo puede evitar. Quizá quiere, inconscientemente, un castigo por su conducta reprobable; querer irse al infierno es tal vez menos angustiante que irse al infierno porque no pudo hacer nada para evitarlo. Otra paciente habla de su madre como si fuera un él. Constantemente dice que él dijo, hizo o comentó algo, refiriéndose a su madre, que en efecto, ha hecho las veces de madre y padre en la familia.

Según Sigmund Freud en su texto Psicopatología de la vida cotidiana, los lapsus son uno de los caminos al inconsciente. Freud afirmaba que hay intenciones que pueden encontrar expresión en las palabras y que son desconocidas para quien está hablando, pero que se infieren o interpretan por evidencias circunstanciales. Las interpretaciones de los lapsus no son verdades sino hipótesis que pueden comprobarse o refutarse más adelante. Gracias a Freud sabemos que siempre hay algo más que decir, algo que nos es desconocido y que se cuela en las fracturas del lenguaje. Siempre hay algo más dentro de nosotros mismos que podemos conocer. Hacerle caso a los lapsus es distinto que entenderlos como indicio de verdades absolutas, pero no deberíamos subestimar los pequeños o grandes errores en la omisión o en el cambio de las palabras. Casi siempre hay una razón para confundir una palabra por otra, más allá de que tal vez en el momento del lapsus estemos exhaustos o intoxicados con sustancias o que las palabras cambiadas se parezcan entre sí. Si un maestro de ceremonias declara clausurado un congreso que se está inaugurando, no es difícil hipotetizar que le urge que el evento se termine lo más pronto posible.

En el programa Friends, cuando Ross está a punto de casarse con Emily y la llama Rachel, manifiesta el deseo de que fuera la segunda quien estuviera frente a él. Una de las historias de la serie es la del amor frustrado entre Ross y Rachel. Si le decimos al anfitrión de la fiesta gracias por tu hostilidad en vez de gracias por tu hospitalidad, estaremos confrontándolo sin querer, por no sentirnos bienvenidos ni bien tratados.

Los pensamientos o deseos inconscientes aparecen en forma de errores de palabra, durante la libre asociación que a veces ocurre durante la terapia. Los lapsus son útiles para revelar lo que la persona no ha podido decir conscientemente y abren preguntas que no existían. Dice Jacques Lacan: “Nuestros actos fallidos son actos que triunfan, nuestras palabras que tropiezan son palabras que confiesan. Unas y otras revelan una verdad de atrás. En el interior de lo que se llama asociaciones libres, imágenes del sueño, síntomas, se manifiesta una palabra que trae la verdad”.