Festejo innecesario

Festejo innecesario
Por:
  • arturov-columnista

A un año del avasallante triunfo de la actual administración,

donde el partido en el poder no sólo obtuvo la Presidencia

de la república, sino también mayoría en las Cámaras y gubernaturas en varios estados, lleven a raudales desde la misma cúpula del poder hasta los más acérrimos contrarios al mismo, las críticas, alabanzas y todo tipo de evaluaciones sobre el desempeño gubernamental.

Desafortunadamente, la objetividad parece ser el bien más escaso en medio de esta marejada de opiniones, contra opiniones y festejos. Hay quienes, por un lado, incansablemente, y a menudo sin razones de peso, lanzan juicios y diatribas contra la acción gubernamental, aludiendo en muchos casos, argumentos puramente anecdóticos y, por otro lado, quienes también con cerrazón, no quieren aceptar las fallas en el quehacer de las políticas públicas, que en algunos casos y a estas alturas, son más que evidentes.

En mi opinión, en materia económica los festejos son limitados, pero también descarto por completo las versiones catastrofistas, que aluden a un estado crítico de la economía. Lejos estamos de aquellas visiones que presuponían una situación de completo desorden económico, donde los mexicanos seríamos presa fácil de la escasez y otros grandes males, como la inflación galopante y el desempleo desmedido.

Por el contrario, a estas alturas, después de siete meses —y no un año— de nuevo gobierno, hay claros signos de prudencia económica por parte de la actual administración. El respeto a la autonomía de Banxico y al régimen del tipo de cambio flotante, al libre comercio y compromiso con la disciplina fiscal, en paralelo con un combate decidido contra la corrupción -que prácticamente nadie pone en tela de juicio-, son los bastiones fundamentales del quehacer económico del actual gobierno.  A ello se suma la respuesta prudente e inteligente de la autoridad frente a la amenaza de imposición de aranceles del presidente Trump.

Bajo estas premisas, el Gobierno federal ha logrado mantener la estabilidad económica y anclar las expectativas bajo escenarios no catastróficos, aunque poco optimistas. En efecto, a pesar de los logros mencionados, queda pendiente–al igual que otros compromisos todavía no cumplidos especialmente en materia de inseguridad y salud-, la promesa de lograr crecimiento económico significativo y sostenido.

Si bien, se reconoce oficialmente el pobre crecimiento económico logrado —que en parte es provocado por la desaceleración de la economía mundial—, a estas alturas es a todas luces evidente que la falta de entendimiento entre el Gobierno federal y la iniciativa privada ha sido un factor muy negativo que frena la inversión y el crecimiento.

Decisiones como la del aeropuerto de Texcoco, el cierre ya casi absoluto a mayor inversión privada en el sector energético, el rezago en el gasto público, la falta de mayor claridad en torno a la viabilidad financiera de la empresa petrolera, y principalmente, la falta de una visión de mediano plazo sobre el desarrollo económico son elementos que han inhibido la inversión privada, frenando el crecimiento económico y sus expectativas.

A todos nos gusta escuchar que México será una potencia económica, pero lograrlo será muy difícil sin mayor esfuerzo y sacrificio, no decirlo y aceptarlo es engañarnos a nosotros mismos. Hacer más con menos es imposible en estos tiempos sin mayor inversión.

Ante los enormes retos que enfrenta la actual administración, siete meses es poco tiempo para evaluar correctamente sus éxitos y/o fracasos, y también para festejarlos. Pero algo que debe quedar muy claro, que el tiempo de culpar al pasado por las fallas del presente se agota con mucha rapidez.