Historia de dolor

Historia de dolor
Por:
  • David Leon

Por momentos trato de recordar las ideas que pasaban por mi cabeza cuando era niño. Recuerdo que a menudo soñaba despierto, que mi mente estaba mucho menos acotada y que esa libertad me llevaba a disfrutar extraordinarias experiencias con elementos cotidianos. Cada día era una nueva aventura.

La fortuna de tener lo mínimo indispensable a mi alcance me hacía sentir muy seguro. Crecí en un hogar en el que seguramente había problemas, pero eran tan bien manejados por mis padres, que muchos de ellos nunca los percibí. Fui niño de juegos, sueños y travesuras y hoy, que soy padre de familia, intento que mis hijos lo sean también.

Con esto como marco, no puedo imaginar las ideas que deben pasar por la mente de los niños migrantes que, en ocasiones, solos o acompañados de algún adulto, sufren el infierno de recorrer miles de kilómetros en condiciones de absoluta precariedad. ¿Con qué sueñan? ¿Qué sienten? ¿Qué ideas pasan por sus mentes? ¿Quién los cobija? La importancia del hogar, del bienestar, de la protección y del amor son una esperanza y una ilusión por las que caminan miles de kilómetros sin saber a dónde van y qué encontrarán en su andar.

El Instituto Nacional de Migración reportó que durante el primer cuatrimestre del 2019 el ingreso de menores acompañados y no acompañados a nuestro país se multiplicó casi tres veces en comparación con el mismo periodo del año 2018, sin tomar en cuenta a aquellos niños que no son registrados mediante alguno de sus mecanismos.

Su historia resulta dolorosa desde el principio. Nacen y crecen en ambientes con ausencia de bienestar y seguridad, que obligan a sus padres a migrar. La historia de dolor continúa con un andar plagado de amenazas y trampas en medio de carencias y abuso que atentan brutalmente contra su integridad. El mejor de los desenlaces, en el corto o mediano plazo, se encuentra en un albergue en México o en Estados Unidos en el que una autoridad determinará su estancia y futuro, en condiciones que distan mucho de lo que un niño merece.

Además de las carencias por las que atraviesan en sus países de origen, una laguna legal ha provocado que los niños se conviertan en parte de los requisitos que los migrantes adultos llevan consigo para solicitar asilo al entregarse a la autoridad en territorio estadounidense.

Nuestras sociedades requieren de la mejor versión de cada uno para vencer los retos por los que atravesamos. Dentro de esas sociedades, son los niños el eslabón más vulnerable y que mayor compromiso requiere de nosotros. Las soluciones que emprendamos deben tenerlos a ellos en el centro. Es necesario construir y detonar inmediatamente fortalecimiento institucional y oportunidades para que los padres puedan brindar a sus hijos condiciones mínimas de bienestar que redunden en amor, seguridad y calor de hogar, que les permitan sonreír y soñar. Mientras estas estrategias se generan, será necesario que los distintos sectores de nuestra sociedad hagamos todo lo necesario para que los niños migrantes que llegan a nuestro país la pasen lo mejor posible dentro de esta delicadísima y dolorosa pesadilla que no merecen.