En el país de No-pasa-nada

En el país de No-pasa-nada
Por:
  • montserrats-columnista

El coronavirus se salió de control. Sin ser alarmistas, es momento de reflexionar sobre nuestra capacidad de respuesta ante una pandemia que podría afectar a millones de personas. Si leemos con atención los reportes de expertos en el tema —y no de los políticos afanados por su imagen—, la emergencia no es menor. Si bien, la mejor manera de combatir al virus es manteniendo una adecuada higiene, el índice de mortalidad es más alto que el de una gripe común, como muchos quisieran que pensáramos.

Entre los personajes que están ansiosos por incluir el tema en su larga lista de cosas inexistentes está Donald Trump. El presidente ha tenido una relación complicada con los hechos desde el inicio de su mandato: retó al mismísimo Pitágoras, al decirnos que la multitud en su toma de protesta era la mayor registrada en la historia, aunque las evidencias gritaban lo contrario; negó el cambio climático e ignoró a los científicos; puso en su gabinete a figuras encargadas de la educación que no creen en la evolución y se ha dedicado a imponer su visión de los hechos como la única realidad, atacando a toda persona que ose decir lo contrario, como un mandatario salido del imaginario orwelliano.

Trump se enfrenta a una evidencia difícil de controvertir: el mercado. Si algo propagó el millonario por cuanto medio le daba espacio, es que la economía iba bien. Ahora, la bolsa se ha contagiado de coronavirus y ha mostrado las íntimas relaciones que existen entre las regiones del globo. Si bien al inicio Trump celebraba la desgracia china, ahora llora amargamente y echa la culpa a sus enemigos de crear una crisis para afectarlo. Así de narcisista es nuestro amigo.

Ahora es cuando pesan los recortes que hizo desde el primer día a los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. Ahora pesa el anular la derrama de recursos dedicados a la seguridad sanitaria mundial. Ahora se da cuenta de que las amenazas a su gobierno no venían sólo acompañadas de distintas ideologías o razas, sino de un complejo entramado que su mente egocéntrica es incapaz de comprender.

¿Qué le importa a Trump? Su imagen. Por eso pone a Pence al frente de la operación para la contención de la epidemia. ¿Sabe algo de ciencia? Prácticamente nada. Lo que sabe es contener las críticas a su jefe. Esta actitud de no pasa nada y, si pasa, es porque me quieren afectar mis enemigos, costará vidas. Pero eso no le importa al presidente porque esas vidas —las de los más desprotegidos— no votan… o no votarían por él.

Es una pena que existan gobernantes que prefieren ver morir a su gente —aunque sean “relativamente pocos”—, que reconocer que se han equivocado. Es una pena que vivamos en una época en la que el culto a la personalidad pese más que la razón.