Siempre Borges

Siempre Borges
Por:
  • juliot-columnista

Escribir sobre Borges es sumarse a una alucinante bibliografía que es tan vasta que ya ha generado su propia bibliografía: los textos sobre los textos sobre Borges.

Esta misma opinión es ya un pequeño género en sí mismo, que han frecuentado lectores como George Steiner (“El aire se ha ennegrecido con tesis sobre él”), Alejandro Rossi (“Escribir sobre la obra de Jorge Luis Borges es resignarse a ser el eco de algún comentarista escandinavo o el de un profesor norteamericano”) y José Emilio Pacheco (“Existe ya otra biblioteca de libros acerca de Borges y de libros acerca de los libros acerca de Borges”). And yet… Una de sus virtudes, y no la menor, es que leerlo y releerlo siempre nos aporta algo nuevo, y no puede inhibirnos el hecho de que otros lo hayan leído también, y mejor que nosotros: la lectura es intransferible y siempre hay un Borges nuestro, es decir mío. Sobre el tema de la cantidad de lectores y la fama, el propio Borges reflexionó en una entrevista: “Supe hace muchos años que de mi Historia de la eternidad se habían vendido hasta 37 ejemplares. Yo habría querido agradecer personalmente a uno de los compradores, o presentar excusas. También es verdad que 37 compradores son imaginables, es decir 37 personas que tienen rasgos personales. Si uno llega a vender mil o dos mil ejemplares, ya eso es tan abstracto como si uno no hubiera vendido ninguno, porque dos mil es demasiado vasto… Tal vez diecisiete hubiera sido mejor, o incluso siete”.

Yo lo tengo siempre a la mano porque me hace sentir más inteligente, o mejor: menos ignorante (“Mis amigos me dicen que los pensamientos de Pascal les sirven para pensar”, dice, y sí: la obra de Borges sirve para pensar), como si hubiera sido yo quien fatigó (verbo tan suyo) las genealogías sajonas, la obra de Schopenhauer o el problema del tiempo. Este último asunto, la cuestión del tiempo y sus inagotables paradojas, le fascinaba, y está en muchos de sus ensayos, cuentos y poemas (dice en “Reloj de arena”: “La arena de los ciclos es la misma / e infinita es la historia de la arena; / así, bajo tus dichas o tu pena, / la invulnerable eternidad se abisma.”) Eternidad e infinito pueden ser sólo dos palabras (lo son), pero en el pensamiento de Borges se desdoblan con una riqueza argumentativa tal que nos hace, casi, poder concebirlas. No obstante, ambos conceptos palidecen ante el propio Tiempo. Él lo expone así: “El tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica; la eternidad, un juego o una fatigada esperanza”. Decir que el tiempo es “un tembloroso problema” es ya una genialidad… En su ensayo “Nueva refutación del tiempo”, nos advierte que el título mismo es una provocación, pues el término “nueva” asume la existencia del tiempo, ergo no lo puede refutar… Y, tal vez, ese exigente problema se pueda reducir a una imagen que reaparece constantemente en sus meditaciones: la de la puesta en abismo (o “paradoja visual”, como dice Beatriz Sarlo), el mapa que incluye al mapa, la narración de un día que se lleva un día, el Aleph que incluye al Aleph o la imposibilidad de Aquiles de alcanzar a la tortuga, pues para recorrer un metro debe recorrer antes medio metro y así hasta el infinito…

Leerlo, a 120 años de su nacimiento, es también refutar el paso del tiempo, pues pocas literaturas (y Borges es una literatura) son tan flamantes como la suya: en sus páginas no pasa el tiempo.