A cada quien su anarquismo

A cada quien su anarquismo
Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

A los anarquistas se los imagina uno barbudos, elocuentes y generosos, bastante brutos, infantiles, altruistas y un poco rusos. No es más que literatura. En la práctica el anarquismo aparece en muchas variedades, muy diferentes, y la mayoría son poco presentables —mezquinas, alicortas, cobardonas.

El domingo pasado sacó a relucir Gustavo Madero la versión panista del anarquismo. En mangas de camisa, remangado, el gesto hosco, la mirada en el horizonte, casi Bakunin, en el jardín Tlacoquemécatl de la colonia Del Valle, anunció que el PAN está “unido como una roca”, decidido a votar en contra de la iniciativa de reforma fiscal. A su lado otros panistas exhiben volantes que dicen: No al IVA en colegiaturas, No al IVA en la frontera, No al IVA en maquiladoras, No al alza del ISR. Acaso ya se le olvidó que su partido proponía generalizar el IVA, cobrarlo también en alimentos y medicinas. Ya no.

El programa es imponente, ni impuestos directos ni indirectos, ¡nada de nada! ¡Menos gobierno! Es un anarquismo a la manera de Alfred Jay Nock, Frank Chodorov y Ayn Rand, clasemediero, tacaño y miope. Sirve para pasar de tapadillo toda clase de exenciones fiscales —las grandes empresas lo aprecian mucho.

Los otros anarquistas se dejaron ver el 2 de octubre, en el Centro. En las fotografías aparecen muy puestos en su papel: pasamontañas, embozos, capuchas, lentes oscuros, y siempre atareados con palos, cadenas, improvisados lanzallamas, golpeando policías, rompiendo escaparates, robando cualquier cosa —alguno sonríe divertido, abrazando un montoncito de chocolates y papas fritas, otros tratan de abrirse paso entre sus compañeros para poder patear a un policía en el piso. Es el anarquismo en su versión canalla, la pura violencia, ventajista y cobarde. Las crónicas de La Jornada son muy elocuentes: se refieren a ellos como los anarquistas, como si estuviera claro lo que eso significa, pero también los señalan como “los infiltrados”, siempre entre comillas —con lo que se quiere decir que a lo mejor no son infiltrados. La duda sirve para cubrir todos los frentes, denunciar las prácticas turbias de las autoridades, denunciar a los porros, o defender a los muchachos, según haga falta.

Me llama la atención un párrafo en una de las crónicas. Un periodista protesta porque “los infiltrados” le quitan su cámara: “Es mi materia de trabajo, ¿tú cuándo has trabajado en la vida?”. La respuesta: “Este es mi trabajo”. El diálogo es muy verosímil. Admitámosla como hipótesis: si es así, resulta que los anarquistas no son peligrosos radicales, fanáticos, sino empleados, que se contratan con quien les pague, para declarar una huelga o reventarla, para bloquear una calle, para dormir quince días en el Zócalo o liarse a golpes con la policía. No es nada nuevo —un anarquismo rudimentario, inarticulado, silvestre, que resulta de la pura fuerza. Nada. La materia prima del sistema político mexicano.

También hay el anarquismo emotivo de Kropotkin, el anarquismo intelectual, demoledor, de Paul Valéry, pero no toca hablar de ellos. Esa es harina de otro costal.