A un paso de la guerra civil

A un paso de la guerra civil
Por:
  • larazon

Bertrand de la Grange

¿Qué hizo Mohamed Morsi para que Estados Unidos y la Unión Europea apoyaran su destitución por el Ejército?, me pregunta un lector que sigue de cerca los acontecimientos en Oriente Medio. El presidente egipcio era, efectivamente, un aliado ejemplar: se había comprometido a respetar los acuerdos de paz firmados con Israel en 1979 —prioridad absoluta de Washington en Oriente Medio— y se había alineado con Occidente al apoyar la insurrección contra el dictador sirio Bashar el Assad. ¿Qué más se le podía pedir al dirigente del país árabe más influyente y más poblado (85 millones de habitantes)?

Y sin embargo tanto EU como la UE han avalado la asonada militar contra Morsi, el 3 de julio. Para justificar la actuación ilegal del Ejército contra un presidente elegido democráticamente un año antes, los gobiernos occidentales se han escudado en un relato que adjudica la caída de Morsi a la presión popular. Según esa versión, cuidadosamente expurgada de toda referencia a un golpe de Estado, los militares intervinieron después de que millones de egipcios salieran a la calle para denunciar el giro autoritario de Morsi y su empeño por islamizar las instituciones en una sociedad donde conviven musulmanes, cristianos y partidarios de un Estado laico.

A Europa y EU no les preocupaba tanto el sesgo islamista del Gobierno egipcio —Washington ve los partidos religiosos moderados como la mejor opción para neutralizar los grupos extremistas en los países árabes. En cambio, sí les inquietaban la ineficiencia absoluta del equipo de Morsi para enderezar la economía y, sobre todo, su impopularidad creciente. Ante el riesgo de ingobernabilidad, no parecía haber otra opción que la de apoyar a las mismas fuerzas sociales que habían conseguido la destitución de Hosni Mubarak, en febrero de 2011, y pedían ahora la de su sucesor.

En ambos casos, fue decisivo el papel del Ejército, verdadero poder detrás del trono desde la revolución de 1952. Mubarak cayó cuando los militares se dieron cuenta de que la situación ya no era sostenible. Y el general Abdel Fatah al Sisi fue escogido por la cúpula castrense para “salvar” esa democracia en ciernes que había llevado a los Hermanos Musulmanes al poder. No era una decisión altruista, ya que se trataba también de proteger los enormes intereses económicos de las Fuerzas Armadas.

No deja de ser irónico que el autor del golpe fuera nombrado ministro de la Defensa por el propio Morsi el año pasado. Hay aquí un curioso paralelismo con otro episodio histórico: el presidente chileno Salvador Allende fue derrocado en 1973 por el comandante en jefe del Ejército que él mismo había designado tres semanas antes, el general Augusto Pinochet, considerado entonces como un militar profesional y apolítico. Esas mismas características aparecían en la biografía del general egipcio.

De un día para el otro, Al Sisi se convirtió en un héroe para los numerosos adversarios de los Hermanos Musulmanes (Morsi consiguió el 52% de los sufragios en las elecciones, pero muchos de sus votantes no eran islamistas y lo apoyaron para impedir la victoria del candidato del anterior régimen). Sin embargo, la luna de miel fue muy breve, y el peor escenario, ese que los países occidentales esperaban capear con su silencio ante el golpe militar, se está desarrollando ahora en las calles de varias ciudades egipcias. El violento desalojo por la policía de dos campamentos islamistas en El Cairo —más de 600 muertos, según datos provisionales— ha envalentonado aún más a los partidarios de Morsi, algunos armados y dispuestos a matar a tantos uniformados como puedan.

El Ejército no ha sabido manejar políticamente la situación y ha preferido recurrir a la fuerza bruta en lugar de buscar un diálogo con los Hermanos Musulmanes, que se aferran a su imposible exigencia de reinstalar a Morsi en la presidencia. Sin embargo, la responsabilidad del desastre es compartida, al quedar claro desde el inicio que las huestes de Morsi no estaban dispuestas a ceder en nada. Los islamistas han desafiado la prohibición de manifestarse en las calles, tomadas por las fuerzas de seguridad, y han conseguido lo que querían: más “mártires”. Sus dirigentes necesitan muertos para mantener viva una movilización que sólo puede llevar el país al caos y a la guerra civil.

La estrategia de los Hermanos Musulmanes ha tenido algunos éxitos, es cierto. Ha logrado dividir la coalición que ha apoyado el golpe militar: el Nobel de la paz Mohamed ElBaradei, que participaba en el Gobierno de transición, ha renunciado a sus funciones en protesta por la brutalidad de la represión. Y las imágenes sobrecogedoras de los heridos y de los muertos en las calles de El Cairo, trasmitidas por las televisoras, han obligado a los dirigentes europeos a dar la cara. Ninguno, sin embargo, ha pedido el regreso de Morsi al poder. Visto desde fuera, los Hermanos Musulmanes suscitan aún más recelo que los militares. Con razón.

bdgmr@yahoo.com