Ancianos y delincuentes

Ancianos y delincuentes
Por:
  • larazon

Beatriz Martínez de Murguía

La estampa del anciano sentado apaciblemente en el banco de un parque y alimentando a las palomas es cosa del pasado. O casi. Todavía quedan quienes, habiendo entrado en la llamada “tercera edad” tienen tiempo y ganas para la vida contemplativa, pero son cada vez más los que, por efecto del alargamiento de la vida, o también de la crisis, afrontan su existencia con más energía de la esperada o deseada. Hace unos días se publicaba en España el dato, nada sorprendente por otra parte, de que uno de cada tres jubilados ayudan con su pensión a su familia, generalmente hijos, a mantenerse a flote, a sobrevivir.

Ellos mismos, cada vez más, sobre todo en el caso de quienes reciben las pensiones más bajas, se ven obligados a redondear sus ingresos con pequeños trabajos que les ayuden a pagarse algunas de sus necesidades más acuciantes… hacen chapuzas, reparten publicidad o cuidan niños.

Pero también, desde hace unos pocos años, se sucede, entre la gente de más edad, un nuevo fenómeno, quizás sorprendente en apariencia aunque no tan difícil de desentrañar. Ya en 2010, un informe publicado en Francia sobre las consecuencias de la evolución demográfica anunciaba que el incipiente aumento de la participación de ancianos en la comisión de delitos prometía ir incrementándose a lo largo de los años a medida que la pirámide de la evolución de la población en México se ensanchara en su parte más alta. Estimaba que si entonces, hace dos años, sólo el 2.13 por ciento de los delitos cometidos en el país eran atribuibles a ancianos, ese porcentaje iría multiplicándose sin remedio en los años venideros. Atracos, estafas o robo en tiendas son algunos de los delitos que más se les atribuyen, aunque la variedad de delitos es siempre tan amplia como la imaginación de quienes los cometen. Muchos de ellos son o serán antiguos delincuentes que, con la salud todavía intacta, prolonguen su actividad unos años más, pero también los hay, y los habrá, que se inician en la delincuencia tardíamente. La razón principal de ese nuevo fenómeno será la buena salud de que gocen muchos de los llamados “ancianos”, pero también la prevalencia de una vida cada vez más precaria y el aislamiento familiar y social que experimentan muchos de ellos en su vida cotidiana. En Bélgica, Francia o Alemania, la delincuencia entre los ancianos es ya un hecho sociológicamente relevante. Los responsables de analizarlo y proponer soluciones se fijan ya en Japón, el país del mundo con mayor porcentaje de ancianos y donde cada año son detenidas, acusadas de algún delito, alrededor de medio millón de personas mayores de 65 años. Algunas cárceles cuentan ya con rampas especiales para sillas de ruedas, apoyos en los baños o enfermeras que les ayudan en las comidas. La creciente desigualdad entre ricos y pobres, la existencia cada vez mayor de ancianos sumidos en la pobreza puede terminar convirtiendo a algunas cárceles en asilos mejor o peor provistos.