Los patiños juegan un papel muy importante dentro de la cultura del espectáculo. Si bien son personajes secundarios en las comedias, y usualmente son objeto de burlas y bromas pesadas, para el lucimiento del payaso principal son esenciales. Además, terminan haciendo las veces de receptáculo de esa crueldad extraña que tiene el público, que ríe del abuso que padecen en el escenario.
En la política desafortunadamente también existen. Recuerdo por allá en 1988 que salió a escena uno de los personajes más ridículos de la historia electoral, Rafael Aguilar Talamantes, del Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional. Y antes de eso también existió el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), como partido comparsa del PRI, que tiempo después fue relevado por el Verde.
El papel del patiño político es el de golpear al adversario que le indiquen: haciendo digamos el trabajo sucio. López Obrador tiene para eso al PT, quien además le ayuda en la parte financiera y demás trapacerías que requiera, de las que ya dio cuenta Óscar Yáñez.
Para la grande hoy tenemos al Bronco, cuya misión será la de hostigar al tabasqueño de formas que ni Meade ni Anaya pueden hacerlo; así como la de fraccionar el voto. Lo único malo es que cuando menos le hubieran ayud30ado a recabar correctamente las firmas, para cuerpear mejor la estrategia y no ensuciar tanto al proceso con arreglos tan obvios como los evidenciados por el tribunal electoral. Fue una mala operación que no presagia cosas buenas.
Y en la Ciudad de México, los patiños son representados por los partidos pequeños y algunos independientes. De hecho, en el pasado muy reciente han servido para disfrazar los dedazos, como en el caso de la simulada encuesta que llevó a Claudia Sheinbaum a la candidatura.
En la capital, la jugada con este tipo de payasadas está en las declinaciones y los dineros. Y dado que nuestra clase política, toda, destaca por su gran capacidad de simular, han montado escenarios que permiten la participación de actores de segunda para crear el efecto especial de que somos bien abiertos y democráticos.
Total, dinero hay de sobra, lo de menos es quitárselo a la educación o a la salud de los mexicanos, con tal de fondear las prerrogativas de partiditos que no representan a nadie, pero que en algún momento la harán de extras o de bufones.
Es una lástima, porque de por medio está nuestro bienestar, lo que es una cosa bastante seria como para arriesgarla en teatros callejeros. Lo único que consiguen es que el populacho se congregue distraído para ver el espectáculo, mientras los carteristas dan cuenta de sus pertenencias. Así de bajo ha caído nuestro sistema político.
Debemos repensar estas cosas, cambiarlas, terminar de una buena vez con el engaño, el dispendio y las trampas de la política electoral.

