Ceder algo para no perderlo todo

Ceder algo para no perderlo todo
Por:
  • larazon

Alejandro Armengol

Nadie espera que el presidente Nicolás Maduro esté dispuesto a ceder el poder mansamente —es decir, democráticamente— y para que no quede duda él mismo se ha encargado de decirlo más o menos abiertamente. Pero unas elecciones legislativas no son de cambio de presidencia en Venezuela. Y eso abre un amplio margen a las especulaciones.

Una derrota del chavismo en los comicios legislativos no significa el fin inmediato de Maduro. El actual gobierno venezolano está sumido en un abismo de impopularidad que se reflejó en una aplastante derrota en las urnas.

Dos posibles escenarios fueron señalados antes de los comicios. Uno; un fraude generalizado, que imponga un triunfo chavista que no es tal. El otro es más traumático aún: imposibilitado de ocultar la votación, Maduro decide imponer una dictadura sin tapujos, ya sea mediante un autogolpe, la anulación de los comicios o la declaración de un estado de emergencia.

Sin embargo, la solución del gobernante venezolano vino de otra forma. Una tercera vía que es posible que le aconsejaran desde la Habana.

A diferencia de la época de Fidel Castro, hoy en día su hermano Raúl maneja diferentes tácticas y estrategias. Ello no obedece a una diferencia de personalidades sino a un cambio de circunstancias.

Por supuesto que Cuba no quiere la salida del poder de Maduro, ni tampoco de momento está interesada en un cambio de protagonistas dentro de ese gobierno. Maduro es su hombre y desde que el difunto Hugo Chávez concibió la idea de nombrarlo como su heredero, el apoyo ha sido incondicional aunque interesado. Demasiado tiempo en el poder para que La Habana no hubiera considerado con antelación las “ventajas y desventajas” del heredero, incluso para sospechar la participación directa en el nombramiento.

Sin embargo, a Raúl Castro no le conviene que en Caracas se establezca una dictadura mediante un autogolpe de Estado. Lo que quiere el Gobierno cubano es que no se interrumpan los vínculos comerciales con Venezuela, y para ello está dispuesto a darle el consejo a Maduro de ceder en algo para no perderlo todo.

Aquí es donde se situó ese tercer escenario, donde la estrategia fue sacrificar algunas piezas del tablero para continuar la partida.

Es por ello que la clave radicó en las cifras. Que la oposición alcance la mayoría simple en la Asamblea Legislativa iba a significar una derrota al chavismo. Pero la obtención de la mayoría absoluta fue un triunfo contundente.

Una derrota por escaso margen no solo resultará explicable al gobierno venezolano —los bajos precios del petróleo—, sino brindara una mayor posibilidad de maniobra.

Además, desde el punto de vista propagandístico se saluda como un ejemplo de democracia. Y como posible ganancia colateral a especular, brindará la oportunidad a Maduro y Castro de salir de Diosdado Cabello al frente de la Asamblea y como segundo hombre del chavismo.

Con una mayoría simple —99 escaños de un total de 167— la oposición podrá promulgar leyes o vetar nombramientos.

Pero necesitaba más de 100 escaños para impedirle a Maduro actuar bajo el poder de las leyes habilitantes con las que viene gobernando. Todavía más aún necesitaba 111 diputados para poder nombrar o remover a magistrados del Tribunal Supremo y rectores del Consejo Nacional Electoral, así como convocar a un referendo.

Una meta realista para el chavismo era impedir a la oposición llegar a los 100 diputados, lo cual es muy probable que haya sucedido mediante la manipulación de las máquinas de votación, el empleo de cédulas falsas, las promesas de beneficios y la intimidación.

El resultado está acorde a como se está produciendo el esperado fin del ciclo de la izquierda radical en Latinoamérica, donde las fuerzas afines a un cambio —a falta de mejor definición hay que catalogarlo hacia la derecha— toman fuerza pero no de manera aplastante.

La apretada victoria de Mauricio Macri y su alianza de centroderecha en Argentina es hasta ahora el mejor ejemplo de ello.

Si el triunfo de Macri fue visto como el primer eslabón del cambio, los límites que enfrentará su gobierno, con un congreso de oposición, también deben servir para indicar cautela.

En igual sentido cabría situar de momento el posible juicio político a la mandataria Dilma Rousseff en Brasil. Un proceso que se inicia pero no se sabe aún si prosperará.

Así que lo único que parece seguro en la actualidad en Latinoamérica es, más que un cambio total, una época de incertidumbre. Al menos para algunos países, con Venezuela a la cabeza.