Cicatrices de guerra

Cicatrices de guerra
Por:
  • larazon

Bertrand de la Grange

Entre marzo y mayo de 2011, Misrata fue sometida a un asedio brutal de parte de las tropas del dictador Muamar Khadafi, que llegaron hasta el centro de la ciudad más próspera de Libia. Ante la resistencia heroica de la población, apoyada por los bombardeos aéreos de la OTAN, el Ejército tuvo que replegarse a la periferia. En su retirada destruyó todo lo que pudo para castigar a la ciudad rebelde.

Hoy, dos años después, Misrata es de nuevo la urbe bulliciosa que siempre había sido. Sus 500 mil habitantes no han logrado borrar todas las huellas de la guerra —muchos edificios de la calle Trípoli, la principal arteria comercial, tendrán que ser derribados—, pero nuevas tiendas, algunas espectaculares, han nacido al lado de las fachadas ennegrecidas y agujereadas por los misiles lanzados por la 32ª Brigada, comandada por uno de los hijos de Khadafi.

En esa misma calle, detrás del gran hospital de la Media Luna, muy afectado por los combates, ha sido recientemente inaugurado un moderno centro médico dedicado a las emergencias. Un poco más adelante, el Museo de los Mártires expone las fotos de los más de mil muertos de la guerra y reúne una gran variedad de armas, incluyendo tanques y cañones, incautados a las tropas de Khadafi.

El aeropuerto, totalmente destruido por la artillería pesada, tiene ahora más vuelos que nunca. Hay conexiones aéreas con Egipto, Jordania, Marruecos, Túnez, Turquía y, próximamente, con Europa. El puerto se ha convertido en el más importante de Libia y su zona franca atrae a los inversores extranjeros.

Misrata, que, a diferencia del resto del país, no produce una sola gota de petróleo, debe su prosperidad al comercio y al dinamismo excepcional de sus habitantes. La tercera ciudad de Libia, después de Trípoli y Bengasi, tiene una vieja tradición de autonomía, que le ha permitido desarrollarse sin el apoyo del Gobierno central. En 1919, cuando los libios luchaban contra los italianos, que conquistaron finalmente esas tierras desérticas, Misrata fundó el primer Estado libre en el mundo árabe. Duró poco, pero fue un hito histórico.

Y en esta nueva etapa, la ciudad portuaria ha vuelto a ser pionera al organizar las primeras elecciones libres en el país en 47 años. En febrero del año pasado, meses antes de que los libios acudieran a las urnas para elegir un nuevo Gobierno, los habitantes de Misrata escogieron a sus representantes municipales.

Khadafi odiaba a Misrata por sus éxitos. No soportaba que esta ciudad hubiera logrado desarrollarse al margen de su régimen. En varias oportunidades, el “Guía de la Revolución” expropió los bienes de los empresarios más exitosos. Confiscó tierras, edificios de apartamentos, fábricas, tiendas. Pero, como Sísifo, los comerciantes levantaban de nuevo sus empresas. Hoy, buscan compensaciones económicas del Estado y lo están consiguiendo poco a poco. Libia es un país rico, poco poblado —tiene apenas 6 millones de habitantes—, que dispone de suficientes recursos para resarcir las víctimas del régimen anterior.

Tanto éxito no gusta a todo el mundo y provoca envidias, lo que ha llevado a las nuevas autoridades de Misrata a dedicar muchos recursos a la seguridad. Unas 230 milicias, formadas espontáneamente durante el conflicto, siguen activas. Algunas reúnen apenas una decena de ex combatientes, otras son mucho más numerosas, pero todas responden a un mando único, a diferencia de lo que ocurre en el resto del país, donde las milicias son una fuente de problemas.

No entra cualquiera en Misrata. Hay retenes en todas las carreteras de acceso, para detectar a los “indeseables” y a los que están en busca y captura por crímenes cometidos por las huestes de Khadafi.

A la par de las destrucciones materiales, hay otras cicatrices, casi invisibles pero mucho más dolorosas: las violaciones de las que se acusa a la población negra de la localidad de Tawarga, a 40 kilómetros al este de la ciudad. Es un tema tabú en esa sociedad musulmana muy conservadora.

Sólo se habla en familia de esa “aberración” y se mantiene en secreto los nombres de las víctimas. “Cientos de mujeres de Misrata fueron violadas por los hombres de Tawarga”, dice el amigo que me aloja en su casa. “Khadafi les incitó a hacer lo que quisieran con nosotros: robar, matar, violar”.

En represalia, después de la caída del régimen, los 30,000 habitantes de Tawarga fueron desterrados. El desprecio, que siempre ha existido hacia los descendientes de los esclavos traídos de África central hace siglos, se ha convertido en un odio profundo, irracional, que no acepta ninguna posibilidad de reconciliación, incluso con los que no participaron en el conflicto. “Son responsables colectivamente y, por eso, nunca más podrán volver a sus antiguas casas”, dicen los habitantes de Misrata.

Tanta saña no va con la historia ejemplar de la ciudad heroica.

bdgmr@yahoo.com