Conflicto de interés y corrupción

Conflicto de interés y corrupción
Por:
  • larazon

Salvador del Río

La mejor forma de gobernar

es saber elegir

Filipo Oarnanti

Dramaturgo y filósofo italiano

Entre el conflicto de intereses, el real, el potencial y el aparente, como los definió el Presidente Enrique Peña Nieto, hay espacios cuyas aprehensión, prevención y sanción dependen de la honestidad en el manejo de la cosa pública, del cual se desprenden la credibilidad y la confianza del ciudadano.

En el ejercicio del poder, desde tiempos remotos, han existido diversas formas de asociación y hasta complicidad, según lo definió en los años sesenta Charles Wright Mills, el gran crítico de la sociedad norteamericana en su ya clásico libro La Elite del Poder, a la que sólo la renovación de las generaciones permite una permeabilidad conservando siempre el privilegio de una clase dominante.

La meritocracia no es, como pudiera pensarse, únicamente la posibilidad de acceso a los poderes político o económico por méritos en la preparación o en la trayectoria; es más bien la pertenencia a una clase, a un grupo que por esa misma circunstancia está cierto de que todo lo merece.

En el conflicto de interés, el real, el potencial y el aparente intervienen diversas factores: la amistad, la coterraneidad, las relaciones desde la infancia, la coincidencia en las aulas, la religión, la pertenencia a fraternidades y sociedades, las identidades ideológicas, la membresía de un partido y muchas otras circunstancias, particularmente cuando ha de decidirse a quién o a quiénes se selecciona como acompañantes en el ejercicio del poder y sus beneficios. Entre dos personas con iguales atributos, siempre se escogerá al más cercano en el origen y el devenir de la vida. Del gobernante no debe esperarse sino que gobierne según lo que es y lo que ha sido, con amigos y compañeros con los que se identifica, a condición de que lo haga con honestidad. La identidad garantiza la confianza, pero no debe estar por encima de la eficiencia.

Las ocho medidas anunciadas por el presidente de la República para salir al paso del conflicto de interés —vale decir de la corrupción— contribuirán ciertamente a frenar ese fenómeno, por cierto no privativo de México ni mucho menos. En Francia se acaba de imponer una fuerte sanción al poderoso consorcio Alstom —contratista de no pocas obras en México— por prácticas de corrupción en el extranjero; lo mismo ha ocurrido con otras entidades como Wall Mart, en Estados Unidos, sancionada por ofrecer comisiones indebidas para la obtención de contratos y concesiones también fuera de la Unión Americana porque se trata de una competencia desleal.

Se incluye, entre las medidas de control a cargo de la Secretaría de la Función Pública, una obligación que los funcionarios deberán cumplir: dejar en claro en sus declaraciones patrimoniales situaciones personales, familiares o de su entorno que pudieran constituir conflicto potencial o aparente de intereses.

Es una prevención. De esos antecedentes, que ahora deberán hacerse transparentes, podría derivarse la percepción de un conflicto que, aun no real, despierte la suspicacia y la sospecha de actos de corrupción, que es a final de cuentas el objetivo a desterrar. La misma dependencia se encargará —porque hasta ahora no hay otra instancia para hacerlo— de investigar y aclarar los casos de propiedades cuya adquisición o usufructo por parte del presidente y otros funcionarios ha despertado esa percepción, aparente porque la misma investigación determinará que jurídicamente no hay delito que perseguir. Es un conflicto en grado de apariencia, tan nocivo para la imagen como el real o el potencial.

Habrá sin duda la esperada integración de un sistema nacional contra la corrupción que establezca los máximos controles para erradicarla o reducirla.

Todo ello, es de esperar, deberá contribuir a despejar de sombras de duda el ambiente de una sociedad que no puede, no debería vivir en la desconfianza y la sospecha permanentes, porque éstas, por insanas, dañan a la propia comunidad. Una confianza basada, sí, en la alerta permanente y en la acción concreta, pero también en una transformación de las conciencias que incluya a todos, corruptos y corruptores reales o potenciales, en la convicción de una vida en el respeto al semejante y de las normas mínimas de convivencia en armonía.

 Gazapos. En el castellano, lengua romance, están incorporadas palabras o expresiones tomadas directamente del latín, que está en su origen y evolución. No siempre esas palabras se emplean con toda precisión. Un ejemplo: motu proprio, en ocasiones distorsionado como muto propio o agregándole la preposición de. Se actúa o se decide motu proprio, es decir por propia voluntad o iniciativa. Es lo correcto.

srio28@prodigy.net.mx