Dios en la tierra

Dios en la tierra
Por:
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Claudia Guillén

Pareciera que el radicalismo, que podemos observar en las redes sociales, es una conducta que se inserta de forma natural en el día a día de nuestro presente. Dado que es un espacio de los más visibles donde se han dado las más grandes confrontaciones sobre temas de diversa índole. Así en un día las posiciones al respecto de cualquier tema no encuentran como salida un punto medio. Si bien es cierto que esta nueva tecnología no ha dado un acercamiento de primera mano a estos debates, también es cierto que el comportamiento radical ha sido parte de la condición humana desde muchos siglos atrás.

Sabemos que es uno de los argumentos primigenios que se esgrimen para iniciar un sinnúmero de guerras es el de la defensa de la fe que se profese. En nuestro país, por ejemplo, en el año de 1926 y bajo la presidencia de Plutarco Elías Calles se llevó a cabo una adecuación a la Constitución de 1917 llamada la “Ley Calles” y la idea central era “suprimir” para que los representantes de la iglesia católica, los sacerdotes, no tuvieran la oportunidad de seguir con el protocolo de esta cultura religiosa. Es decir, se planteaba que la participación de las iglesias en la vida pública fuera reducida hasta casi desaparecer. Se prohibía el uso de hábitos fuera de la iglesia y en algunos Estados se implementaron leyes para que los sacerdotes fueran personas casadas y que tuvieran una vida “laica” fuera de los recintos religiosos. La idea central era quitarle poder al clero en México.

Ante este escenario se fue gestando una gran incomodidad y frustración no sólo en el clero sino en una gran parte de la sociedad. Hubo estados como Tabasco que llevaron a cabo una suerte de cacería contra los fieles católicos y sus representantes. La población, sobre todo indígena, reaccionó y se fue dando la “Cristiada” o también conocida como “La guerra de los Cristeros”. Se trataba, pues, de una guerra civil en la que lucharon entre compatriotas tomando y quienes defendían a la iglesia apuñaron como huella de identidad el grito: “Viva Cristo Rey”. Una guerra que duró casi una década y que tuvo como uno de sus ejes principales el fanatismo religioso que cobró aproximadamente doscientas cincuenta mil vidas entre ellas la del General Álvaro Obregón.

Cada 12 de noviembre se celebra el Día Nacional del Libro. Y en esta ocasión la Secretaría de Educación Pública, junto con otras instituciones, obsequiaron el libro El sino del Escorpión y otros cuentos del escritor José Revueltas quien nació un 20 de noviembre de 1914 -con prólogo y selección del también escritor Eduardo Antonio Parra, quien través de diez piezas escritas por el autor duranguense nos muestra los recovecos del imaginario de este gran autor duranguense-. En este libro se puede encontrar el cuento, “Dios en la tierra”, que a lo largo de la historia desarrolla cómo se daban los enfrentamientos en aquella Guerra Cristera a la que hice referencia líneas del que les comparto un fragmento:

“La población estaba cerrada con odio y con piedras. Cerrada completamente como si sobre sus puertas y ventanas se hubieran colocado lápidas enormes, sin dimensión de tan profundas, de tan gruesas, de tan de Dios. Jamás un empecinamiento semejante, hecho de entidades incomprensibles, inabarcables, que venían… ¿de dónde? De la Biblia, del Génesis, de las Tinieblas, antes de la luz. Las rocas se mueven, las inmensas piedras del mundo cambian de sitio, avanzan un milímetro por siglo. Pero esto no se alteraba, este odio venía de lo más lejano y lo más bárbaro. Era el odio de Dios. Dios mismo estaba ahí apretando en su puño la vida, agarrando la tierra entre sus dedos gruesos, entre sus descomunales dedos de encina y de rabia. Hasta un descreído no puede dejar de pensar en Dios. Porque ¿quién si no Él? ¿Quién si no una cosa sin forma, sin principio ni fin, sin medida, puede cerrar las puertas de tal manera? Todas las puertas cerradas en nombre de Dios. Toda la locura y la terquedad del mundo en nombre de Dios. Dios de los Ejércitos; Dios de los dientes apretados; Dios fuerte y terrible, hostil y sordo, de piedra ardiendo, de sangre helada. Y eso era ahí y en todo lugar porque Él, según una vieja y enloquecedora maldición, está en todo lugar: en el siniestro silencio de la calle; en el colérico trabajo; en la sorprendida alcoba matrimonial; en los odios nupciales y en las iglesias, subiendo en anatemas por encima del pavor y de la consternación. Dios se había acumulado en las entrañas de los hombres como sólo puede acumularse la sangre, y salía en gritos, en despaciosa, cuidadosa, ordenada crueldad. En el Norte y en el Sur, inventando puntos cardinales para estar ahí, para impedir algo ahí, para negar alguna cosa con todas las fuerzas que al hombre le llegan desde los más oscuros siglos, desde la ceguedad más ciega de su historia.

¿De dónde venía esa pesadilla? ¿Cómo había nacido? Parece que los hombres habían aprendido algo inaprensible y ese algo les había tornado el cerebro cual una monstruosa bola de fuego, donde el empecinamiento estaba fijo y central, como una cuchillada. Negarse. Negarse siempre, por encima de todas las cosas, aunque se cayera el mundo, aunque de pronto el Universo se paralizase y los planetas y las estrellas se clavaran en el aire.

Los hombres entraban en sus casas con un delirio de eternidad, para no salir ya nunca, y tras de las puertas aglomeraban impenetrables cantidades de odio seco, sin saliva, donde no cabían ni un alfiler ni un gemido.

Era difícil para los soldados combatir en contra de Dios, porque Él era invisible, invisible y presente, como una espesa capa de aire sólido o de hielo transparente o de sed líquida.”

Con este relato Revueltas deja un testimonio estético de cómo concebía la Cristiada: Esa guerra que venía desde la cerrazón y el fanatismo de quienes defendían su fe y de quienes eran enviados para acabar con “esos revoltosos”. El relato completo es de una fuerza desgarradora aunque su origen no dejará de dolernos ni al atormentado autor de Los días terrenales.

Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

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