El debate del fin de una era

El debate del fin de una era
Por:
  • larazon

Alejandro Arbide

“Al comparar a México con Sudáfrica bajo el apartheid y la Alemania dividida por el Muro de Berlín, Vicente Fox, el candidato de la oposición, exhortó a los mexicanos, durante el debate presidencial de anoche a reunir el coraje para votar por un cambio democrático después de 71 años de gobierno de un partido”, así empezaba la nota del 26 de abril en The New York Times. Pocos recuerdan alguna propuesta que el entonces candidato haya hecho. Lo que sí sabemos es que a partir de ese momento las encuestas comenzaron a mostrar que el panista tenía posibilidades reales de triunfo. La gente empezó a creer en lo imposible: el PRI podía perder la Presidencia.

Las campañas en general no tratan sobre temas de fondo. No se trata de grandes propuestas sino de emociones que logren movilizar al voto. No importa si se quiere cambiar a un país por la vía de reformas o políticas públicas, o si se trata de venderle a un adolescente que evite el consumo de alcohol, son las emociones las que nos impulsan a la acción. Y de eso se trataba el debate del 2000: Mover las emociones para que la gente dejara su actitud pasiva y derrotada de “al fin y al cabo siempre gana el PRI”.

Fue en el 2000 cuando se acuñó aquel concepto del círculo rojo y círculo verde. Vicente Fox tenía muy claro que lo importante era comunicar con la gente y no tanto con los intelectuales que escribían en los diarios. Quizá por ello, la mañana de la preparación del debate, él quería empezar con un “Hola mami, hola amigochos”. Cuando, en cambio, se le hizo la propuesta de comparar a México con los cambios recientes en el resto del mundo, le pareció “muy intelectual”. Fox tenía razón en que la comunicación en campaña debía conectar con la mayoría y no solamente con aquellos ciudadanos informados. Sin embargo, poco a poco fue accediendo al cambio de postura donde se presentaría con una imagen más presidencial y menos “amigocha”. ¿Por qué accedió?

Lo que la campaña de Enrique Peña Nieto ha hecho bien y que es similar a lo expresado en el debate del 2000, es que Peña pone en el centro del debate a los ciudadanos, a las personas. Hay un espectacular donde se ve a una señora gordita abrazándolo efusivamente. La misma escena aparece en spots. Se le ve caminando por las locaciones más atractivas del país comenzando siempre con “la gente de este lugar es muy…” y de inmediato señala algún atributo positivo; trabajadora, amable, cordial. Peña no se pone en el centro de su comunicación y dice “yo soy Juan Camaney”. No. Peña primero dice “ustedes son gente buena”. Y a quienes lo escuchamos nos hace sentir orgullosos. Conectamos.

Días antes del debate, Vicente Fox había tenido una entrevista en un noticiero estelar y había empezado con “Hola mami”, eso había sido chistoso. Pero no bastaba la cercanía, había que emocionar a la gente. Y para ello propusimos el concepto de “tu voto hará historia”. La idea era que la gente se sintiera orgullosa de cambiar a México. Que ellos, los ciudadanos eran los responsables del cambio. “Nadie imaginaba que estudiantes, maestros y amas de casa, con sus propias manos derribaran el muro de Berlín.”

No sólo había que conectar emocionalmente con la audiencia sino que además había que convencerlas de que el cambio era factible. Había que romper la percepción colectiva de que el PRI era invencible. Esto representaba un reto y una oportunidad pues si tan difícil era su derrota, del mismo tamaño sería la victoria . “Nadie imaginaba que Mandela, un campesino, o Walesa, un trabajador pudieran, junto con miles de ciudadanos, romper las cadenas de opresión y del autoritarismo”. Más adelante reforzaría la importancia de salir a votar por un cambio: “ahora los ojos del mundo están puestos en México”. El diario Dallas Morning News lo sintetizó así: “él fue capaz de comunicar que el cambio es viable y sencillo”.

Tener un tema central y procurar que sea memorable no basta en un debate. Hay que esperar ataques. Este es un punto vital de la guerra electoral. Tener espías en el campo contrario y saber adelantarse a los movimientos. Ya sabíamos que “atacarían” a Fox por ser grosero. “Me dijo la vestida”, diría el candidato Labastida durante el debate. La propuesta ante este ataque vino de Diego Fernández de Cevallos: “A mí se me puede quitar lo grosero y mal hablado pero a ustedes lo malos para gobernar nunca se les va a quitar”.

En el 2006, López Obrador atacó a Calderón por un dudoso fraude. Hubo nula respuesta durante el debate y un manejo pobre del postdebate. De nada bastó saber que la acusación de López Obrador estaba sustentada en seis cajas de expedientes vacíos. El caso Hildebrando sigue rezumbando en la cabeza de muchos ciudadanos al día de hoy. Los postdebates son tanto o más importantes.

¿Qué podemos esperar mañana? De López Obrador, algo de amor y, obvio, acusaciones sin o muy poco fundamento. De Josefina, pues que nos explique qué quiso decir con eso de “diferente”. Alguien les debió haber avisado que la palabra “diferente” aunque parezca sinónimo de “cambio” no tienen la misma connotación. “Cambio” tiene una carga positiva y “diferente” tiene una carga más bien negativa y vaga. La campaña blanquiazul está entrampada en el discurso sin sentido. Así que va a perder tiempo en el debate tratando de explicarnos porqué Josefina es diferente.

Para como va la campaña una cosa es probable: Las propuestas serán secundarias, poco creíbles, y nada memorables. Habrá poca emoción. Josefina no duerme ni a un bebé, López Obrador seguirá buscando complós y Peña Nieto seguramente ni se despeinará. ¿Quién ganará este domingo?

En una de esas, los pequeños gigantes de Galilea Montijo.