El eterno Carlos Fuentes

El eterno Carlos Fuentes
Por:
  • larazon

Claudia Guillén

Un 11 de noviembre de 1928 nació el escritor Carlos Fuentes. No exagero al decir que fue un pensador que fundó la primera parte del México moderno, pues participó activamente en debates de todo tipo: sociales, políticos y, por supuesto, culturales. Fue un autor inquieto y activo. Su obra, tanto ensayística como de ficción, lo muestra. Por ello me parece importante recordarlo a partir de una novela corta que fue y ha sido icónica en las letras mexicanas. Me refiero a Aura. Este relato transcurre en la segunda mitad del siglo pasado, los años 60, y las acciones se desarrollan en una vieja casona de la calle de Donceles número 815, antes 69. El protagonista, Felipe Montero, es un joven historiador becario de la Sorbona que encuentra en un anuncio del periódico la oferta de un interesante trabajo, que además ofrece una muy buena remuneración económica.

Sin embargo, para poder obtenerlo hay que llegar al primer cuadro de la ciudad, pues no se dan informes por teléfono. Al dirigirse al domicilio de quien lo empleará, Montero transita calles del Centro Histórico como si estuviera internando en una fisonomía de la ciudad ya muerta, pues pareciera que las fachadas de las casas coloniales son sólo eso: una suerte de recordatorio de que el tiempo ha pasado y de que todo ha sido suplantado por una modernidad avasallante. No obstante, al llegar a su destino todo cambia, pues la casa donde habita la anciana, Consuelo Llorente, permanece imperturbable al paso del tiempo. Al entrar a ella, el protagonista se despide de lo que fue su vida.

La anciana que lo contrata le explica que tiene mucho interés en publicar las memorias de su marido, un general galo que luchó en México cuando la intervención francesa y después fue exiliado a París, junto con su esposa, a la caída del Segundo Imperio. Es de suma importancia para Consuelo rescatar esa historia, y así lograr un sentido de permanencia como el que ella ostenta.

Montero acepta la encomienda, y más cuando conoce a Aura, sobrina de la anciana, quien se presenta frágil y joven como una suerte de antítesis estética de su tía.

Fuentes se vale de la segunda persona gramatical para integrar ese pequeño gran universo que se gesta alrededor de la casa de los Llorente y de quienes habitan en ella.

Gracias a este recurso, el lector se compenetra con el punto de vista del protagonista, y se crea la atmósfera íntima y misteriosa que percibe él mismo y que envuelve nítidamente al lector conforme avanza el relato. Consigue, de esta manera, esa especie de extrañamiento que permea toda la historia: a Consuelo se le intuye, pues la oscuridad de la casa no permite verla a cabalidad, a diferencia de Aura que se presenta nítida ante los ojos de Montero. La penumbra, asimismo, logra que el protagonista vaya recreando un mundo que imagina, ya que no tiene certeza de que sea como él lo presiente, hasta que, sin darse cuenta, ya es parte del tiempo sin tiempo imperante en el lugar.

Las tinieblas amparan a la anciana, a los santos y a los ratones. Las veladoras, que apenas dan luz, se añaden a la atmósfera para que las sombras de las dos mujeres se entrelacen imperceptiblemente. Apenas el sonido de la campana, que Aura toca como anuncio de su presencia, permite que el joven historiador sienta que esa realidad es palpable.

Aura es una novela corta que se divide en cinco apartados. Como ya dije, líneas arriba, el autor la narra en segunda persona y sólo da voz a sus personajes a través de diálogos. La verosimilitud de la historia se establece a partir de estos elementos, así como de la trasformación interna de Felipe Montero, quien traspasa la muralla del pasado para internarse en él.

Se trata, así, de una novela muy eficaz donde Carlos Fuentes echa mano a su gran capacidad para narrar pero, sin duda, también de su inclinación a generar mundos alternos, verosímiles dentro de la ficción.

Ha pasado medio siglo de su publicación y, con la edición conmemorativa que llevó a cabo la editorial Era, se realiza un homenaje a un gran libro que forma parte sustancial de la tradición literaria mexicana, pero sobre todo se rinde culto al lector contemporáneo que, estoy segura, nunca dejará de leer y releer este clásico de nuestras letras.

Sirvan estas líneas para recordar a Carlos Fuentes, quien falleció el 15 de mayo de 2012, pero que gracias a la calidad de su obra podemos tenerlo presente más allá de la distancia física. Así como Felipe Montero se quedó con Aura hasta el final de los días de ambos que parece que nunca llegarán.

Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

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