El tedio electoral

El tedio electoral
Por:
  • larazon

Otto Granados

Al igual que algunas óperas y los matrimonios perfectos, la normalidad electoral parece ser tediosa. Hay ciertamente campañas sucias, ruido y griterío, o prácticas predemocráticas. No son elecciones suecas o británicas, pero, a juzgar por lo visto el domingo pasado, el sistema electoral funciona razonablemente. Y esa no es una mala noticia. Pero hay también otras lecciones que conviene anotar.

La primera es el extraño tema de la llamada movilización. Los partidos siguen pensando que el votante es carne de cañón y que todo se resume en levantar una lista de simpatizantes, ofrecerles algo y llevarlos a votar. Ya no es así. Las modestas tasas de participación registradas (sobre el 40 o 45 % del padrón) revelan que, más allá de exhortos, la gente sólo sale a votar si quiere y que lo hace por quien quiere.

El segundo dato es que las marcas partidistas siguen pesando, para bien y para mal. En muchas ocasiones puede haber candidatos pésimos pero el cobijo en unas siglas de cierta tradición puede hacerlos ganar aún en contra de sí mismos, y el rechazo a otras mal afamadas puede derrotar a buenos candidatos.

En tercer lugar: las campañas negras funcionan pero muy poco. Nunca como ahora ha habido tal acceso a información sobre las personas ni tal posibilidad de diseminarla masivamente a través de los medios y de las redes sociales.

Aun así, parece haber un efecto de inmunización en el votante que suele rechazar incluso afirmaciones que son verdaderas. La moraleja es simple: no uses medias verdades ni las uses a medias. Si hay algo bien documentado en contra de alguien, hay que probarlo, exhibirlo, ser categórico e ir hasta el final.

En cuarto lugar: el dinero no es suficiente. En las campañas de ahora la plata corre sin rubor ni pudor. Pero no basta porque, por un lado, no hay una correlación clara entre el volumen de gasto y la preferencia del votante, y, por otro, es más que probable que buena parte de ese dinero se quede entre los denominados operadores partidistas que ahora constituyen una verdadera industria.

Y quinto: las encuestas son tan creíbles como los milagros. Ya desde las elecciones federales de 2012 la credibilidad y la competencia metodológica de varias casas encuestadoras había quedado seriamente en entredicho, pero, como la humedad, resurgen y engañan sin recato. Este domingo, todavía minutos antes de que empezara a fluir la información oficial, una de ellas, con un largo récord de errores, le estaba dando a un candidato cifras que le hacían ganador. La realidad fue otra: terminó perdiendo por más del doble de lo que su pollster le dijo.

En suma, las elecciones siguen siendo la más inexacta de las ciencias, el ciudadano hace y decide lo que quiere, los resultados son inciertos y las inconformidades se procesan en los tribunales.

Así funcionan las cosas y no está mal para un país que estaba acostumbrado a otras prácticas.

og1956@gmail.com