Elecciones locales: ¿pasa algo si se pierden?

Elecciones locales: ¿pasa algo si se pierden?
Por:
  • larazon

Otto Granados

En una vida anterior me dediqué a la política muy activa y, como tal, participé, en distintas capacidades, en campañas y procesos electorales. Aunque muy interesantes para entender algunas peculiaridades de la política mexicana y la condición humana, no es algo que me apasione de la vida pública; disfruté mucho más los dilemas y problemas de la política pública, de la toma de decisiones, del gobernar y de la gestión administrativa.

Quizá por ello, vi a las elecciones como un proceso donde, en un sistema que no admite la reelección, es legítimo hacer lo posible para ayudar al partido al que se pertenece, pero a fin de cuentas son los ciudadanos los que prefieren una alternativa u otra, y está bien que así sea. Si el sistema es transparente, las reglas claras, la división de funciones eficiente y la institucionalidad alta, no pasa nada si el candidato ganador es A o B. Con todos, mal que bien, se puede convivir.

Entiendo que el papel de los líderes partidistas o de los candidatos es otro: allí ganar no es una entre varias opciones, sino la única posible, es su naturaleza.

No hace mucho, por ejemplo, la dirigente estatal de un partido, en medio de alguna negociación non sancta, esgrimió ante los suyos un argumento que ilustra bien ese papel: “Primero está el partido, y luego la conciencia”. ¡Ooops!

No, no lo dijo Stalin, ni Mussolini, ni Ceausescu, sino la presidenta de un partido, ahora, por cierto, alcaldesa.

De allí que, evidentemente, los gobernadores quieran a toda costa ganar las elecciones en sus estados para mantener (o recuperar en su caso) el control de todo lo que se pueda. Es normal, es lógico. Pero ¿qué pasa si pierden?

Objetivamente, nada. Si tienen la cola corta, las cuentas claras y una cierta civilidad democrática y política, pueden perfectamente trabajar con alcaldes o diputados surgidos de otro partido, e, incluso, éstos pueden ser un incentivo muy positivo para hacer mejores gobiernos, al menos por cautela, porque de allí tal vez salga su propio sucesor.

Pero si su vocación es la de un cavernícola, si suponen que legisladores o alcaldes son sus empleados, si creen que el gobierno o la hacienda pública es su coto privadísimo o si quieren entronizarse en el poder a trasmano, entonces una derrota electoral es el mejor combustible para la revancha, para poner trampas, escamotear los presupuestos o, de plano, hacer de sus adversarios políticos, enemigos personales.

Desde luego que la política no es un oficio de ángeles ni el mejor camino, diría Weber, para la salvación del alma. Es una actividad dura y en ocasiones salvaje, pero no necesariamente está destinada ser un medio para destruir al contrario. Competir no quiere decir exterminar sino convivir con elegancia, con apego a las costumbres democráticas y a la ley.

¿Es demasiado pedir para este 7 de julio?

og1956@gmail.com