En tercera persona

En tercera persona
Por:
  • larazon

Carmen Amescua

Así como aprender a escribir, no convierte a las personas en escritores, saber hablar no necesariamente te hace un buen comunicador.

Sin embargo, nuestra manera de comunicar para casi todo lo que necesitamos será la encargada de que lo obtengamos, o no.

La palabra comunicación según la definición de Wikipedia (la que más me gustó) es el proceso mediante el cual se puede transmitir información de una entidad a otra alterando el estado de conocimiento de la entidad receptora. En la última frase está la clave; si la entidad receptora no “altera” su estado de conocimiento respecto a lo que le estamos transmitiendo, algo faltó. Algo pasó en el camino que el mensaje no cumplió su misión.

Si comunicar temas carentes de emoción tiene su grado de complejidad, los que llevan una carga emocional profunda peor. ¿Por qué motivo fallamos cuando intentamos negociar con palabras lo que queremos, sentimos o necesitamos? Primero porque generalmente no escuchamos con atención, estamos concentrados en planear lo que vamos a contestar. La segunda razón es más compleja, tiene que ver con el no tomar en cuenta la posición del otro (junto con sus necesidades) como punto de partida.

Entender la postura del prójimo en momentos de crisis (sobre todo si se atreve a pensar o sentir de manera diferente) es un acto de valentía monumental. Parecería que aceptar los sentimientos ajenos es igual a traicionar los propios. Sobre todo cuando duelen, dan rabia o nos atemorizan nuestra vulnerabilidad es mayor.

Para estos casos cuando las ganas de zarandear al contrincante (marido, jefe, novia, hermanos, padres, etc.) parece muy atractiva, existe una mejor opción: Ponerse en los zapatos del otro, y luego en los de un espectador cualquiera, convertirte por un momento en una tercera persona que observa sin involucrarse.

Este ejercicio mental nos ayuda a ahorrar litros de bilis con lágrimas derramadas. Nos puede provocar una actitud conciliadora desde el fondo de nuestro corazón y no desde las exaltadas vísceras. Ponerte en zapatos ajenos implica salir de tu círculo vital, caminar los pasos necesarios hasta llegar a donde se encuentra esa persona e imaginar desde ahí ¿qué siente? ¿Por qué actuó así? ¿Cuáles son sus razones? ¿Qué percibes cuando te ves a ti mismo desde esos zapatos? Hacerlo te da una perspectiva que aun estando cargada de emociones (las del otro) funciona al cambiar el ángulo de necesidad. De la misma manera ubicarte en tercera persona para observar a ambos, te dará una visión neutral y menos polarizada. Poner las cosas en su justo medio es más fácil. La posición de tercera persona es una buena manera de entender dónde estás parado, qué tanto puedes pedir y sobre todo, qué tanto debes dar. Al final abrir el corazón y abrirnos al corazón del otro es el primer paso para la verdadera comunicación.

camescua7@hotmail.com

Twitter: @Carmen_Amescua