Espejismos del oro negro

Espejismos del oro negro
Por:
  • larazon

Salvador del Río

…y tus veneros de

Petróleo, el diablo

Ramón López Velarde,

La Suave Patria

En la noche de aquel primero de junio de 1981, la presidencia de la República anunciaba la renuncia del ingeniero Jorge Díaz Serrano al cargo de director de Petróleos Mexicanos.

Por la mañana, cuando el presidente José López Portillo asistía a la celebración del Día de la Marina en el puerto de Veracruz, Petróleos Mexicanos había hecho saber a sus clientes en diversos países, por medio de faxes, que el precio de exportación del crudo se reducía de 34 a 30 dólares por barril. Para el gobierno mexicano era la catástrofe.

La renuncia del ingeniero Díaz Serrano era en realidad un cese fulminante por la decisión de reducir el precio del crudo de exportación, tomada por la dirección de Pemex ante la caída abrupta de la cotización internacional. El secretario de Industria Paraestatal, José Andrés de Oteyza, se apresuró al día siguiente a desautorizar al director de Pemex. México, dijo, seguirá vendiendo su petróleo al precio anterior; quien no lo compre así perderá cada barril que no quiera pagar a ese precio.

Era una baladronada. El precio del petróleo siguió bajando hasta niveles de ocho pesos por barril en algunos casos. La crisis en el gobierno de López Portillo se precipitaba. Jorge Díaz Serrano, el defenestrado que había consumado la hazaña de elevar la producción diaria de petróleo de 900 mil a dos millones y medio barriles, el hombre que había ofrecido al presidente salvar la economía hasta lograr que el país llegara a verse en la tesitura de “administrar la abundancia” y se había encumbrado a la precandidatura a la sucesión presidencial, partió al exilio político de la embajada en la Unión Soviética y en la siguiente administración promovido a un escaño en el Senado para luego ser desaforado y encarcelado bajo la acusación de peculado en la compra de embarcaciones para la exportación de crudo durante su gestión.

El gobierno de López Portillo había cometido el error de cifrar todas sus esperanzas y sus perspectivas en el boom del petróleo que en esos años había convertido a México en el cuarto productor y exportador de crudo en el mundo, un crecimiento explosivo logrado a como diera lugar, aun a costa de concesiones a la corrupción y a los grandes intereses internos y externos que se movían en torno a la industria.

Como el de muchos otros países que de pronto se ven inundados en el mar de los hidrocarburos, el gobierno de López Portillo se deslumbró con el espejismo de la veleidosa y tornadiza riqueza que da la ilusoria esperanza de la abundancia y quita cuando no se sabe aprovechar y administrar su efímera prosperidad. La petrolización de la economía se convierte en la anunciada maldición satánica prevista por el poeta López Velarde.

Pasaron los años después de aquella crisis y México enfrenta una vez más, en otras condiciones, la tragedia del petróleo. Con la puerta abierta a la inversión internacional, el gobierno ha cifrado buena parte del desarrollo en busca del bienestar para toda la población en el petróleo. El cálculo es acertado. En la medida en que el país pueda explotar con nuevas tecnologías y con inyección de capitales el enorme potencial de sus reservas petrolíferas, la economía se reactivará y será posible generar los empleos cuya escasez es necesario colmar para emprender el tan ansiado despegue de nuestras fuerzas productivas.

El riesgo, sin embargo, es tropezar con la misma piedra que en épocas anteriores ha generado el traspié en una economía dependiente de esa diabólica herencia escriturada por la naturaleza, ese amigo cuyos instintos destructivos, una vez despertados, tanto daño pueden hacer. No hay ahora un Díaz Serrano a quien culpar, ni un gobierno falsamente ilusionado con la promesa del oro negro, a la postre causante del peor de los males que es el fracaso. La realidad del mercado del petróleo está ahí, para recordarnos lo efímero y cambiante de su promesa.

En la diversificación de la economía, en el aprovechamiento de todas nuestras potencialidades, está la clave de la solución que el petróleo, por sí solo, no puede ni podrá darnos.

 Gazapos. En el empleo del idioma es frecuente encontrar un error de construcción cuando se une un sustantivo con un adjetivo. Palabras claves, dicen algunos o buque tanques, carrotanques.

Puntualicemos algunas reglas gramaticales que nos aclaran el empleo correcto de esas palabras compuestas. Cuando se tienen dos sustantivos unidos en una idea o una expresión, solamente se pluraliza la primera:

palabras clave porque ambas son sustantivos. Carros tanque o buques tanque son ejemplos de dos sustantivos que designan al objeto.

No ocurre lo mismo cuando se trata de un sustantivo seguido de un adjetivo. En ese caso ambas palabras deben ser pluralizadas. Decimos rosas rojas porque rosas es un sustantivo y rojas es un adjetivo que lo califica. Sí, en cambio, debemos decir palabras clave, aunque a veces cometamos el error de decir

palabras claves.

srio28@prodigy.net.mx