Hipocresías

Hipocresías
Por:
  • larazon

Otto Granados

En 1967, en respuesta a quienes criticaban al gobierno de Canadá por flexibilizar la legislación sobre divorcio, aborto y homosexualidad, el entonces ministro de Justicia y, después, primer ministro, Pierre Elliot Trudeau, formuló una frase exacta: “No hay lugar para el Estado en las alcobas de la nación”.

Pero tampoco lo hay, digo yo, en las mesas o las dietas o los placeres o las fantasías que, libremente y dentro de la ley, tenga cada quien.

Me parece bien que el Estado se preocupe por problemas que a largo plazo pueden volverse de salud pública y caros para los presupuestos gubernamentales, pero es evidente que ciertas medidas son una intromisión en la vida privada y, en algunos casos, de una franca hipocresía.

Véase por ejemplo el caso del tabaco. Fumar está en desuso, es malo para la salud, se ve mal y es socialmente incorrecto. Los fumadores, cual leprosos, son parias que deben alejarse kilómetros de edificios, parques, escuelas y, supongo, en unos años, de las ciudades, para fumar.

En el siglo pasado era casi indispensable ver a Bogart en Casablanca o a Mastroiani en La dolce vita fumando porque era parte de una personalidad, de un encanto. El propio Buñuel contaba en sus memorias que si algún día Mefistófeles le hubiera propuesto alargar su vida, le habría pedido, más bien, que le restaurara el hígado y los pulmones para seguir fumando y bebiendo.

En todo eso, como dije, hay mucho de hipocresía. Hoy es muy rara la película norteamericana en que sus actores fumen. Es un hábito casi proscrito.

Se pueden, eso sí, atiborrar de alcohol o meter toneladas de cocaína por la nariz hasta quedar como ratón de panadería (recuérdese la cinta reciente con Denzel Washington, Flight), pero que a nadie se le ocurra sacar un pitillo y darle unas caladas intensas porque se ve mal.

En la misma carrera van los reglamentos municipales. Uno va ahora a cualquier restaurante de la ciudad de México y hay que pedir el salero casi de manera clandestina, como si estuviera comerciando con sustancias ilícitas, algo que es más sencillo por cierto en esos mismos lugares. O bien es imposible para un adulto (da igual si tiene 21 o 70 años) comprar una cerveza en las tiendas de conveniencia de cualquier ciudad del país después de las nueve o diez de la noche porque las regulaciones municipales lo prohíben.

Y, para más inri, todavía hay 18 estados norteamericanos que penalizan el sexo oral, pero es perfectamente legal tener un arsenal de armas en casa y con ellas ejecutar matanzas masivas. Hipocresía pura y dura.

Hemos entrado, al parecer, en una época contadictoria en la que se pueden derribar gobiernos con el voto o decir lo que se quiera en las redes sociales, pero no ejercer plenamente las libertades individuales a las que toda persona tiene derecho.

Vaya hipocresía.

og1956@gmail.com