Imaginar el infierno

Imaginar el infierno
Por:
  • Martin-Vivanco

Imaginaba a un migrante. Imaginaba a esas miles, millones, de familias que abandonaron su lugar de origen en busca de una vida mejor. Digo imaginaba, pero me corrijo, intentaba imaginar. Hoy, gracias a la exposición Carne y Arena, de González Iñárritu, puedo imaginarlo. No pretendo entenderlo, pero la imagen que dejó impresa en mi cabeza, me ha cambiado la forma en que veo mi entorno, mi comunidad, mi país.

La exposición es una exposición viva. Primero entra uno a una celda fría. Uno se descalza y siente el metal gris tocar la planta de sus pies. Volteas a tu alrededor: estás solo. Esa mezcla de frialdad y soledad, impacta. Uno ve desparramados zapatos, tenis, y pedazos de ropa de personas que dejaron en su paso “al otro lado”. Te avisan que una alarma sonará y que será la señal para que pases a otro cuarto. Esa espera del ruido hace al silencio todavía más sofocante. Todo pasa por tu cabeza. Tu vida, tus privilegios, superficialidades, temas serios. Pero te concentras y te imaginas estar ahí hasta dos meses (o más), en esas condiciones: descalzo, en una especie de congelador que no te matará pero que con cada suspiro te quita algo de humanidad.

Suena la alarma. Pasas al otro cuarto. Lo primero que sientes es la tierra en tus pies. Después viene el corazón de la experiencia, que para no estropearla no la cuento. Pero es una experiencia única, un nuevo tipo de arte.

Es algo impactante. La sensación se torna real. Por un momento puedes sentirlo: así es la frontera.

Después pasas a otro cuarto oscuro, solo. Te pones tus zapatos. Te dejan ahí unos minutos. Otra vez la soledad, otra vez la reflexión en medio de la oscuridad. Suena la alarma, pasas a la última parte de la puesta en escena. Ahí encuentras unas pantallas colocadas en serie con testimonios de migrantes, testimonios desgarradores. Sus historias son un verdadero homenaje a la inhumanidad. Cada relato muestra lo peor de lo que estamos hechos los seres humanos. El común denominador es que todos ellos, como bien dijo Jesús Silva Herzog-Márquez, no van al infierno, sino que huyen de éste. El verdadero infierno está en sus lugares de origen. Ahí fue donde los amenazaron de muerte, las violaron, donde no tenían qué comer ni porqué vivir. Muchas veces pensamos que la vida difícil del migrante está allá, en sus eternas jornadas laborales, en el trato discriminatorio diario que reciben, en su sufrimiento por estar lejos de sus seres queridos. No tenemos ni idea. La verdad es que el infierno está acá, de este lado, donde no hemos sido capaces ni de imaginar el problema. El infierno está en el sur. El infierno está a unos pocos kilómetros de nuestras casas. Por eso, si están en Ciudad de México, o van de visita, no pueden dejar de ir a Tlatelolco y ver la exposición. Es un espejo en el cual nos tenemos que mirar todos