José Guadalupe Posada

José Guadalupe Posada
Por:
  • larazon

Gil Gamés

Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil ha visto en la prensa cultural páginas y páginas dedicadas al centenario de la muerte del grabador José Guadalupe Posada, y al Estado cultural diseñar una gran ofrenda en el altar del dibujante e ilustrador. Gamés confiesa desde esta página del fondo que no le gusta la crónica popular de Posada, que no cree que este dibujante haya retratado excepcionalmente el final del XIX y principio del siglo XX y que no lo considera el artista impar que muchos ven en sus papeles de obreros subidos en máquinas terribles y calaveras populares y tarántulas y ranas. Pero si Posada no es el santo de las devociones de Gil, las interpretaciones modernas de su obra mucho menos.

La espesa crema hermenéutica puesta en el taco de Posada lo ubica como un pionero indómito de la Revolución, un magonista, un defensor de los derechos humanos, un combativo luchador contra la desigualdad, un artista que denunciaba la maldad de los ricos, en fin, una especie de militante de Morena avant la lettre. En parte, algunos de los trabajos de Posada parecen sacados del baúl del realismo socialista y por eso Gamés los detesta, pero la verdad es que más bien le han colgado esos escapularios algunos representantes de la iglesia del arte comprometido como Leopoldo Méndez, según explicó en su ensayo gráfico de los domingos Paco Calderón en su periódico Reforma.

Gil caminó sobre la duela de cedro blando (¿blando?) del amplísimo estudio con las manos entrelazadas en la espalda bajo una nube de cavilaciones: ciertamente las calaveras de Posada cuentan la trama de una ficción mexicana con gracia y originalidad, pero convertir un relato en trama para que desmayen los esnobs internacionales y se exprese el ser del mexicano, caracho. Pongamos un toque filosófico a esta arenga: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, lo que sea de cada quién. Ahora mal: Gil sabe uno de los nombres que más colaboraron en la creación de este Posada-Lunacharky, se llama Carlos Monsiváis. A Monsiváis le fascinaba Posada y compraba grabados en la Zona Rosa y la Lagunilla, encontraba en él a un cronista único de finales del XIX y principios del XX, escribió ensayos sesudos y no tan sesudos sobre la caricatura que de tan antiporfirista se convirtió en una lámpara maravillosa, si alguien la frotaba emergían los héroes revolucionarios: pida tres deseos, cronista. Pero Gil se ha desviado.

Gamés oye un rumor creciente de malestares. Éste ya se pasó de la raya, ¿no es un poco demasiado meterse con Posada? Para un viernes, a lo mejor, pero en lunes. Gil se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y meditó: somos gente rara, y nuestro Estado cultural es un aparato grande y algo loco. En el centenario de la muerte de Posada hay homenajes enormísimos, pero muy pocos han recordado los centenarios de nacimiento o muerte, o cualquier aniversario, de artistas contemporáneos de Posada y, van a perdonar, mucho mejores que el artista luchador. Gamés dice dos para abrir boca: Jesús Contreras, y Gedovius. Sólo quienes han ido a los museos conocen alguna de sus obras. Festejamos los panfletos y relegamos el arte.

Gilga volverá a ver Malgré Tout, la escultura de Contreras y los retratos de Gedovius.

Gamés ha dejado para el final al pintor e ilustrador más extraordinario de la época, murió seis años antes que Posada: Julio Ruelas. En el centenario de su muerte, en el 2007, se supo que su tumba en Père-Lachaise estaba perdida. ¿Somos o no gente rara? Ola k ase: ¿homenajes a Posada? Pobre Gil.

La máxima de Nietzsche espetó dentro del ático: “Tenemos arte para no morir de la verdad”.

Gil s’en va

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