La gran hipocresía

La gran hipocresía
Por:
  • larazon

Luciano Pascoe

Hace dos días detuvieron al alcalde de Cocula —por si no lo sabe es el lugar en el que habrían sido asesinados y cremados la mayoría de los estudiantes de Ayotzinapa— mientras estaba reunido con el segundo en línea de mando del grupo criminal Guerreros Unidos.

Un golpe contundente a todas luces. Pero también un evento que demostrará la profunda hipocresía con la que se vive en nuestro país un asunto absolutamente incuestionable: el crimen organizado está en toda la vida cotidiana en ciertas

zonas del país.

Mire usted, el alcalde detenido, Erick Ulises Ramírez, es perredista. Un perredista que, según nos informa Carlos Navarrete, antes de ser electo no tenía vínculos con el crimen organizado. Luego pues ya se echo a perder.

Y dicen los perredistas que todo militante tiene la responsabilidad de comportarse con mínima ética. Tienen toda la razón.

No es responsabilidad de una institución asegurar el comportamiento de sus integrantes, ahí sí somos los seres humanos libres y responsables de nuestros actos.

El alcalde perredista se sentó a negociar, pactar, o lo que sea, con un líder del crimen organizado porque quiso, porque así lo decidió, pero no por ser militante de un partido o por ser político.

Hasta ahí estamos todos claros.

Pero lo que no está diciendo la clase política, y sin duda no lo está diciendo ni el PRD ni Andrés Manuel, ni ningún político, es que hay zonas del país en las que todo ejercicio público o político esta en riesgo permanente de vincularse, tocarse o verse intimidado por el crimen organizado. No hay de otra, son los que están ahí, los que mandan.

Lo que no estamos oyendo de la clase política nacional —ni de la sociedad para el caso— es un honesto reconocimiento de que en ciertas regiones todos los involucrados en la vida pública están a merced o en complicidad del crimen organizado. Empresarios, políticos, periodistas, artistas.

La gran hipocresía nacional es tratar de fingir que esto no es un fenómeno y suponer que con deslindes y señalamientos el problema se acaba. No. Sólo se pospone.

Como país y como sociedad tenemos que despojarnos de nuestros temores y prejuicios y reconocer que el crimen organizado con su dinero y su violencia sí ha tocado fibras hondas todos nosotros, de nuestro país.

Y más aún, que la solución no podrá radicar en la eliminación de todos los pecadores, sino en aniquilar la raíz: se debe de terminar con la prohibición a las drogas.

Es el único antídoto que nos queda para la gran hipocresía.

 Cajón de sastre. No puedo dejar de comentar que el gobierno de Chile distribuyó a 283 escuelas primarias el libro Caperucita se come al lobo. Un divertido texto erótico sobre cómo el lobo intenta llevar a la cama —y lo logra— a una traviesa Caperucita.

En una sociedad conservadora y tradicional como la chilena, el chiste se cuenta sólo. Y, obvio, ya está el ministerio de educación tratando histéricamente de recabar todos los libros.

luciano.pascoe@gmail.com

Twitter: @lucianopascoe