La libertad de los sentidos

La libertad de los sentidos
Por:
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Claudia Guillén

Así como Sor Juana (1651-1695) y Sigüenza y Góngora (1645-1700) fueron los pilares de la literatura novohispana, pues en sus ejercicios líricos y dramáticos integraban el discurso identitario de ser criollos, dándole, así, una voz a la nueva cultura que se gestaba en nuestro continente. Y validando este territorio a través de establecer sus diferencias geográficas, sociales y culturales con la península ibérica. Siglos después, en este mismo continente, surge un movimiento literario, encabezado por el poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), que tiene como premisa que los escritores por un lado exalten su identidad de ser americano y así establecer un diálogo con otras literaturas. Y por otra parte, confrontan el imperio de la religión que se introducía en distintas narrativas de épocas anteriores y que ellos desechan para enunciar un discurso en que se busca renovar la forma para llegar a producir piezas en donde los placeres paganos serían celebrados.

Sabemos que todo movimiento inunda a las demás disciplinas y la corriente modernista no fue la excepción. Las melodías que se escuchaban a mitad del siglo pasado en el continente americano –y, por supuesto, en México– eran escritas y musicalizadas por autores que habían desarrollado un gusto particular por la idea central del modernismo, es decir, dejar a un lado tradición virreinal católica para abordar temas desde la libertad de los sentidos.

Es el caso de uno de los compositores más emblemáticos de nuestro país; me refiero a Agustín Lara. Alrededor del Flaco de oro, como también solían llamarle, existen un sinnúmero de leyendas y mitos que él mismo alimentaba. Por ejemplo, hay severas dudas sobre la fecha y lugar de su nacimiento. Él aseguraba que había nacido en Tlacotalpan Veracruz en 1900. Y esa es la fecha que aparece en su sepulcro que se encuentra ubicado en las Rotonda de los Hombres Ilustres. Sin embargo, existen versiones documentadas de que El poeta de la canción nació en realidad en la Ciudad de México en 1987. Parece que es o será un misterio cuándo y en dónde vio la luz este gran autor. De lo que sí tenemos total certeza es que murió un 6 de noviembre de 1970.

A un lustro de cumplir el medio siglo de su fallecimiento la presencia de su música sigue vigente ya que más allá de que en su momento fue interpretado por cantantes como Pedro Vargas, Toña la Negra y Javier Solís, en la actualidad la joven y exitosa Natalia Lafourcade ha echado mano a las melodías de este autor, y las nuevas generaciones las han recibido abiertamente pues, quizá, en esta música reconozcan algunos de sus avatares sentimentales. Sin dejar a un lado que estas canciones fueron escritas hace más de 70 años. Su vigencia, tal vez, radica en que más allá de su calidad El músico poeta, retomó puntualmente la premisa de los modernistas y se desentendió de asuntos morales para impregnar a varias generaciones trascendiendo el paso del tiempo.

Por si esta vigencia en la música fuera poco hay que agregar que las canciones de Agustín Lara han dado pie a que sus letras sean integradas en diversos ejercicios de ficción narrativa. Basta mencionar la espléndida novela escrita por Ángeles Mastretta, que posteriormente fue llevada al cine, Arráncame la vida. Me explico, en la trama más oculta de este relato se deja ver que la canción trazada por Lara es una suerte de línea argumental de la protagonista, quien se conduce a lo largo de la historia de forma arrebatada por un amor que le “arranca la vida”.

Este hombre delgado que mostraba una cicatriz en la cara y que su imagen nos puede evocar al gran romántico solitario. Pero en realidad esa aparente fragilidad de El Flaco de Oro lo convirtió en un gran seductor; que logró no sólo conquistar al público a través de sus canciones sino que tuvo como parejas románticas a mujeres por demás hermosas, como es claro cuando se casa con María Félix (1914-2002), una de las divas del cine mexicano y de otras latitudes europeas.

Hablar de Agustín Lara es referirse a un ser completo para su época y para nuestra época. Filmó varias películas junto con su entrañable compañero Pedro

Vargas y Toña la Negra. Este trío se unió a otros personajes para enriquecer y poblar la cultura popular mexicana de la época de oro del siglo XX.

El legado de Lara, sin duda, ha trascendido más allá del tiempo, pues entre sus muchas virtudes fue un hombre que supo empaparse de los matices más recónditos de los sentimientos. La esencia de este hombre, seguramente, le permitió paladear el siglo que le tocó vivir. Y su pluma, como la de los clásicos, se fue alimentada de una sabiduría muy particular que le permitía desmenuzar las complejidades del alma.

Será difícil, más no imposible, que tengamos otro personaje que le dé vida a las emociones como lo hizo Agustín Lara. Por eso nunca está de más recordarlo en el 45 aniversario de su fallecimiento, tal vez escuchando su bella melodía Piensa mí.

Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

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