La medición de la felicidad

La medición de la felicidad
Por:
  • larazon

Otto Granados

Con los reportes de diversos organismos internacionales pasa como con el té: se cree que sirven para todo, lo mismo para un dolor de cabeza que para curar un cáncer. Pero una comprensión fina y lúcida de los fenómenos sociales, que sirva para tomar decisiones de política pública, requiere algo más sofisticado.

Este es el caso del índice reciente de la OCDE en torno a lo que llama “una vida mejor”: dice cómo está la vida de las personas en un puñado de variables pero no explora el tejido real ni provee un análisis científico riguroso para entenderlo.

En la última década, la investigación académica más interesante sobre la felicidad —definida como “sentirse bien, disfrutar de la vida y creer que es maravillosa”— probablemente la expresó ya de manera metodológicamente robusta, en 2005, Richard Layard, un profesor de la London School of Economics, en su libro Happiness. Lessons of a new science , un trabajo sobre los vínculos entre las ciencias sociales, la filosofía moral y la felicidad de las personas. Más tarde, Bruno S. Frey, de la Universidad de Zurich, publicó Happiness. A revolution in economics (2008), que demuestra cómo las variables económicas, psicológicas y políticas definen el tamaño de la felicidad, y en 2010 apareció The politics of happiness. What government can learn from the new research on well-being , de Derek Bok, de Harvard, que apunta hacia dónde debe ir la política pública que mejore el bienestar.

Layard utilizó un variado instrumental para explicar porqué, a pesar de la mejoría en los ingresos de la mayor parte de los países desarrollados, durante los últimos 50 años el nivel de felicidad no ha crecido paralelamente.

Correlacionó el “sentirse bien” con la variedad de actividades humanas diarias —desde el sexo, la socialización y la siesta hasta el traslado al trabajo o el cuidado de los niños— para concluir que, contra la teoría económica tradicional, el simple aumento de los ingresos no necesariamente conduce a una mayor felicidad de las personas. En otras palabras, que el contexto social, tener más o menos satisfactores que los demás, la vida en comunidad y los referentes morales y educativos, suelen ser más influyentes que solo ganar más dinero.

De hecho, Layard demostró que, rebasando un ingreso de 15 mil dólares, los niveles de felicidad que se alcanzan parecen ser ya independientes de las percepciones, lo que conduce a que otras dimensiones —como las libertades o los problemas psicológicos como la depresión, algunas de ellas omitidas en el documento de la OCDE— ocupen un lugar más relevante que el salario. Los hallazgos de Layard, sin embargo, sugieren también que ciertos elementos culturales y antropológicos arraigados —como el gregarismo familiar, la creencia en Dios o el carácter— probablemente expliquen por qué algunos países con bajo ingreso personal muestran tasas altas de felicidad. Este podría ser el caso de México.

En fin, el análisis del bienestar humano necesita más seso, más densidad intelectual, más que una taza de té.

og1956@gmail.com