La provincia es la patria

La provincia es la patria
Por:
  • marcoantonioa-columnista

2 de mayo de 2018

Fui a Chetumal por primera vez hacia 1969. Ya estaba de pie el sólido Palacio de Gobierno y cerca de ahí los expendios de fayuca europea (perfumes, quesos, galletas, etc.) y algo de gringa. El único hito histórico era la tabla que la furia del huracán Janet había clavado en medio de un poste de telégrafo.

Regresé a Chetumal durante la campaña presidencial de Echeverría y de ahí fuimos a Carrillo Puerto. Tengo dos recuerdos: la habilidad de Muñoz Ledo para usar antebrazos y codos, “nadando” entre la multitud, para llegar al templete y situarse al lado del candidato, y el anuncio de éste en el sentido de que volvería el ejido colectivo, lo cual provocó entusiasta y prolongada ovación. Poco después yo viviría en el centro de esa decisión.

Una vez en la Presidencia, Echeverría designó a David Gustavo Gutiérrez Ruiz como gobernador del entonces territorio de Quintana Roo, el cual se convertiría en estado libre y soberano en octubre de 1974.

Bajo el mandato de David Gustavo se hizo la traza del moderno Chetumal, la más ordenada y visionaria que yo haya podido conocer en México. Ha resistido exitosamente hasta la fecha la expansión urbana y pasear a lo largo de su extendido malecón es un regalo para quienes creemos que debe darse un trato respetuoso a la naturaleza, para el disfrute de los que tienen ojos en la cara.

Un honroso encargo me situó cerca de Chetumal y allí fui con mi familia un buen número de veces. La oferta gastronómica era limitada, aunque no por ello despreciable en cuanto a su calidad y sabores, pero uno de nuestros preferidos era un sitio denominado El D.F., en donde disfrutábamos antojitos del centro de nuestro país.

Regreso a Chetumal por enésima vez, en compañía de una de mis hijas, y encuentro una ciudad tranquila y limpia, con conductores respetuosos de los ordenamientos y de los peatones.

Descubro a un taxista guía turístico, más vivo que un dolor de muelas, que nos lleva a un recorrido hasta la laguna de Bacalar (cuya orilla desgraciadamente fue derrotada por incontrolada especulación edilicia); de todos modos puede apreciarse la extraordinaria belleza de su colorido desde los muros del Fuerte de San Felipe, en donde hay interesante información histórica. También en Chetumal funciona un muy bien dotado Museo de la Cultura Maya, de proporciones amigables.

Pero lo mejor de todo son las gentes que realizan con entusiasmo sus actividades habituales y prestan sus ofertas y servicios con extrema amabilidad y cortesía, con absoluto desconocimiento del servilismo.

Nos hablan de la seguridad que impera en Chetumal, la cual, desgraciadamente, se ha perdido en forma brutal en los sitios de afluencia turística al norte del estado.

Por último, pienso que es posible que no estemos en México, porque en los recorridos no hemos visto propaganda electoral del quinteto de marras.