Harold Laswell publicó el libro Psychopathology and Politics en 1930. Lamentablemente no existe traducción al español. Es una investigación interdisciplinaria que mezcló las herramientas de la psicología con la ciencia política. Laswell estudió la personalidad de cientos de servidores públicos estadounidenses, desde alcaldes hasta jueces, pasando por fiscales, senadores y gobernadores. Los sometió a entrevistas exhaustivas durante años y descubrió rasgos muy similares entre ellos. Su hipótesis es que la búsqueda del poder no es algo natural en el ser humano.
Esa necesidad de mandar se produce para compensar una carencia emocional de la infancia. En unos, la ausencia de una figura paterna, en otros, el impulso de competir contra el padre o de agradarle, de superar al hermano u otro pariente etcétera. En algunos más, las ganas de vencer un complejo asociado con la apariencia física: obesidad, estatura corta, la falta de atractivo frente al sexo opuesto, etcétera. También la falta de reconocimiento personal por la discriminación racial o la soledad de la pobreza y la marginación social. En fin, las causas eran múltiples pero todas podían agruparse en la necesidad de compensar una carencia emocional infantil. Ese afán de protagonismo de los políticos es el grito de un niño falto de atención o sobrado de ella.
El libro de Laswell desató una polémica tan importante que numerosos políticos exigieron retirar los fondos para ese tipo de investigaciones. Ya casi nadie escribe del tema pues ningún político está dispuesto a contestar una entrevista psicológica. Recuerdo a Laswell cada vez que leo las inauditas declaraciones de Donald Trump. Señalamientos contra las mujeres, los mexicanos, los musulmanes, y lo más reciente, una invitación velada a un grupo de activistas para dispararle a Hillary Clinton. Los analistas han publicado todo tipo de explicaciones al fenómeno Trump, desde las económicas, hasta las geopolíticas, pasando por las antidemocráticas de una elite arrogante que culpa al elector promedio y lo considera ignorante por apoyar al candidato republicano.
Lo que no he leído es la explicación más elemental. Donald Trump puede ser un hombre con problemas mentales clínicamente diagnosticables, ligados a cambios de humor y de opinión en todos los temas. La perspectiva es sobrecogedora, pues supondría reconocer la posibilidad de ser gobernados por gente que ha perdido la razón o el contacto con la realidad. No conozco un sistema político que prevea la destitución de dirigentes por trastornos psicológicos comprobables. Tal vez hay que considerarlo. Trump ya dijo, antes de competir, que las elecciones de noviembre estarán amañadas y puede haber un fraude. No presentó pruebas. ¿Es la actitud propia de un hombre en pleno uso de sus facultades mentales?
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