La tercera conquista

La tercera conquista
Por:
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Claudia Guillén

El 12 de octubre se conmemoró el Día de la Raza. Fecha que como sabemos recuerda el descubrimiento de América en 1492. Al respecto se han generado diversos debates sobre la conquista y sus consecuencias sobre la cultura precolombina. Lo que me llevó a pensar en un hombre que nacería dos siglos después y que por sus ideas fue encarcelado en varias ocasiones. Me refiero a José Servando de Santa Teresa de Mier Noriega y Guerra, quien vio la luz un 18 de octubre de 1763, en la ciudad de Monterrey, capital del antiguo Nuevo Reino de León. Sin duda se trata de unos de los personajes más polémicos de la época. Fray Servando tomó el hábito de Santo Domingo en México y se doctoró en Teología. Por su gran aceptación como orador se le pidió que diera la Colegiata de Guadalupe el 12 de diciembre de 1794. Lo que nadie esperó es que en su elocuente discurso presentara su polémica versión sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe, sermón que le cuesta ser procesado y condenado a diez años de reclusión en el Convento de las Caldas, en Santander (España), a donde llega a fines de 1795. Durante el transcurso de su vida sufre encierros en diversas partes de la Península Ibérica aunque logra escapar a Francia en 1801 para después, en 1802, obtener su secularización perpetua en Roma. No obstante, un año después vuelve a ser aprehendido, y así transcurre su devenir en el mundo, el cual lo impulsa a barajar diversas reflexiones que vierte en su libro de Memorias.

De su producción llama la atención el sermón del 12 de diciembre, pues no sólo trastoca su vida sino que genera un escándalo en los evangelizadores católicos. Su gran capacidad para argumentar no deja de asombrar y más cuando con ella trata de explicar cómo el referente religioso de la aparición de la Virgen de Guadalupe se viene abajo por una nueva hipótesis que ni el propio padre Mier conocía a cabalidad. Es decir, se sabe que el licenciado Ignacio Borunda es quien lo incita a replantearse la aparición de la virgen de los mexicanos: “Yo pienso que la imagen de nuestra señora de Guadalupe es del tiempo de la predicación en este reino de Santo Tomás, a quien los indios llamaron Quetzalcóhualtn”. Y más sorprende que diga que conocía esa “predicación” desde niño por “la boca de mi sabio padre”.

En el sermón del 12 de octubre Fray Servando cuestiona que sea Juan Diego quien porte en su ayate la imagen de la Guadalupana, pues en realidad es Santo Tomás quien predicó en esta parte del continente. Aunque es un hecho que ni la iconografía ni la piedad popular han demostrado que la leyenda del Apóstol tuviera algún crédito en siglos anteriores. Tomás Apóstol en América fue siempre asunto de académicos y, de no haberse dado tal escándalo a propósito del sermón de fray Servando, estaríamos ante una curiosidad erudita.

La idea de Borunda, que retoma el padre Mier, de poner en escena a Santo Tomás y la Virgen de los mexicanos en un mismo acto, parecería extravagante tanto en 1794 como en nuestros días. En lo personal me sorprendió este planteamiento pues echa abajo “la tercera conquista española”: que se refiere a la evangelización de los indígenas en nuestras tierras.

No puedo evitar sentir desconcierto ante las hipótesis del padre Mier, ya que hoy por hoy los mexicanos no sólo han validado la versión de los españoles de la época, dando a Juan Diego la categoría de santo (gracias a la canonización efectuada por el papa Juan Pablo II), sino que han olvidado por completo la antigua polémica.

Sabemos que los seres humanos tenemos una curiosidad nata por desentrañar algunos misterios que no se han resuelto. Por ejemplo: ¿Quién era en realidad ese dios barbado llamado Quetzalcóatl? Según Borunda, y después el sermón de fray Servando, todo parece indicar que Santo Tomás, y que él es quien inició la evangelización de los mexicanos y no, como todos creemos, los misioneros que llegaron siglos después durante la conquista de América. En consecuencia, el sermón del padre Mier cuenta con un doble valor, en el siglo XVIII, pues la Inquisición se encontraba a la orden del día y sin importarle las consecuencias, este religioso se atreve a lanzar una hipótesis que cambiaría radicalmente la historia del cristianismo en América; por otro lado, la inteligencia con que defiende su punto de vista es también excepcional.

En sus Memorias el padre Mier nos plantea que el indio no es capaz de elaborar una imagen tan perfecta como la del “dios rubio y barbado” y que sólo la mano de Santo Tomás pudo haberlo hecho. Todavía va más lejos y pone en duda que la tela donde se plasmó la imagen de la Guadalupana sea un ayate, pues asegura que ésta fue hecha de materiales muy distintos a los que portaban los indios. Lo cierto es que hay un misterio aún no resuelto en torno a la aparición de “la madre de todos los mexicanos”, y más allá de las investigaciones que se hagan al respecto, me parece verdaderamente difícil que este acto de fe sea percibido por los guadalupanos de una manera distinta a la que ha arraigado en el pueblo: la de que un indio elegido al azar sea el testigo y gestor de la presencia de la Virgen, para montar un templo en honor a ella.

Quien quiera acercarse a este apasionante, y quizá injustamente olvidado protagonista de nuestra historia, puede allegarse a él, a sus ideas y al contexto de su época leyendo el excelente ensayo que llevó a cabo Christopher Domínguez Michael en el libro Vida de Fray Servando, publicado en 2004 por ediciones Era.

Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

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