La tierra de las ideas

La tierra de las ideas
Por:
  • claudia_guillen

En estos tiempos que corren las ideas parecieran devorarnos por el entorno en el que vivimos. Las nuevas tecnologías y la inercia natural del día a día han dado cabida para que “vivamos tan de prisa”, que en el momento que pensamos detenernos en “algo”, de pronto, y sin darnos cuenta, ya vino otro “algo” más importante que requiere de nuestro tiempo.

Soy una convencida de que las generalizaciones arrastran un riesgo enorme, pues seguramente habrá muchos que no han sido devorados por el tiempo que precisa este siglo XXI. Sin embargo, creo que una inmensa mayoría vivimos en torno al ritmo contemporáneo.

Sin pretender calificar que esta dinámica sea buena o mala lo que me interesa plantear es si esta forma de vida sólo se da en el presente, o bien, también era una preocupación de personajes que vivieron en otras épocas. Como lo fue para el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) quien escribió más de una decena de libros en los cuales integró registros periodísticos, de memorias, y de ficción.

Saint-Exupéry fue activo en la segunda guerra mundial y viajó por distintas latitudes del mundo. Casado con la salvadoreña Consuelo Suncín-Sandoval Zeceña (1901-1979), con quien mantuvo una relación turbulenta y entrañable, Exupéry era un hombre inquieto que tuvo múltiples vivencias a lo largo de sus 44 años de vida. Acercarse a la biografía de este autor nos otorga la posibilidad de entender no sólo sus obsesiones sino toda una época que marcó el cambio social y político en el siglo XX.

El 6 de abril de 1943 fue publicado el relato El principito, sin duda, uno de los libros más conocidos de este escritor. Y a consecuencia de esta efeméride se dieron distintas manifestaciones para celebrar los 76 años de la aparición de esta obra. Que entre otras muchas de las virtudes que la arropan me parece que es importante destacar el gran manejo del autor para integrarnos al mundo de las ideas y cómo éstas tienen un valor distinto dependiendo del momento y la circunstancia en la que nos encontremos.

El narrador, de El principito, es un piloto que sufre un desperfecto en su avión y se encuentra varado en medio del desierto del Sahara. Este narrador habla nos cuenta que de niño le gustaba dibujar pero que los adultos no entendían lo que él hacía y así se frustró, alguna manera, su vocación. Apenas lleva unos momentos en ese espacio y, al igual que un espejismo, aparece frente a él un niño risueño y de cabellos dorados que es el príncipe de un planeta tan pequeño como una casa.

El diálogo entre ellos se va dando a partir de las inquietudes de uno y del otro, pero con la coincidencia de que encuentran que en el “mundo de los adultos”, los temas, las prioridades y las atmósferas se aprecian de un modo distinto al de la mirada de un niño.

Conforme transcurre la trama, el autor, nos adentra no sólo en la lógica del narrador sino del mundo de “los adultos”, al que el protagonista pertenece. Aunque se va construyendo ese puente, semejante a la paciencia de un orfebre, para que quienes nos acerquemos a la lectura de este texto vayamos entendiendo que si bien en la vida adulta se alcanzan muchas cosas: aprendizaje, valores, etc., quizá en muchas ocasiones nos olvidamos de la materia esencial: el espíritu del ser. Y cómo puede existir un sentido cuando nosotros abrimos la ventana de la memoria para poder recuperar aquella capacidad de asombro ante los hechos más insólitos o más comunes. Y para ello hay que aludir a la perfectiva de un niño, quien tiene la capacidad de magnificar cualquier escenario.

Este relato no hace volver a plantearnos preguntas sobre la esencia de lo que para nosotros es importante ya que, como decía al inicio de este texto, pareciera que el tiempo devora nuestras ideas. No obstante, con el ejemplo de ese niño que late dentro de nosotros podemos volver al umbral de las dudas que suponemos ya están resultas.

Esa curiosidad infantil que se da porque apenas se está descubriendo cada detalle del mundo en el que vivimos la tienen tanto el protagonista de este relato como el principito. Así es como se logra esa complicidad entre ellos que los lleva a forjar una amistad en la que el uno le sirve al otro, y viceversa.

El piloto vuelve a dibujar y su amigo entiende sus dibujos mientras que el niño cuenta cómo ha pasado por distintos planetas en los que se ha topado con personajes que están apegados a certezas que, tal vez, nos los lleven a nada.

En El principito encontraremos ilustraciones que hizo el propio Saint-Exupéry, y que hacen de este libro un objeto doblemente atractivo. Pues si bien el escritor tiene una prosa capaz de trazar perfectamente esos mundos y personajes que menciona, los dibujos resultan como un agregado, colorido, que nos ayuda a comprender la lógica de ese universo que habitaron durante ocho días él y su joven compañero.

Pienso que no estaría mal encontrarnos alguna vez, en la vida, con un principito que nos invite a habitar otras realidades distintas a nuestra cotidianidad.

Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

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