Las lecciones de Detroit

Las lecciones de Detroit
Por:
  • larazon

Otto Granados

Si los 462 presidentes municipales electos el pasado 7 de julio, o al menos los de las ciudades importantes, quieren hacer las cosas mínimamente en serio, debieran leer la noticia, no por esperada menos dramática, de la quiebra de Detroit.

En abril de este año, en estas mismas páginas, escribí que nuestros alcaldes y gobernadores debieran ver en Detroit lo que jamás debe hacerse. Mala organización gubernamental, falta de planeación, excesos financieros, crecimiento basado en un solo sector industrial y pérdida total de cohesión comunitaria liquidaron la que fuera alguna vez ciudad emblemática del éxito.

La estocada final vino con la declaratoria de quiebra de su gobierno municipal, que ya no puede pagar la factura de nada porque debe entre 18 y 20 mil millones de dólares.

La agonía de la ciudad fue prolongada y sostenida. De los casi dos millones de habitantes que tenía en los años 50 pasó a unos 700 mil en la actualidad; alrededor de 40 mil construcciones o predios se quedaron abandonados o vacíos, 36 % de los habitantes se ubica por debajo de la línea de pobreza y en 2012 alcanzó la tasa más elevada de delitos con violencia en ciudades con más de 200 mil habitantes de EE.UU. Peor, imposible.

¿Cuáles son las lecciones de esta caída? La primera es que las ciudades no son la acumulación de edificios, vialidades y cemento, sino, como dice Edward Glaeser, espacios de interconexión humana donde circulan las ideas e innovaciones. Por tanto, nuestros políticos locales podrían moderar su ansiedad por construir pasos a desnivel o centros de convenciones y partir de otro enfoque conceptual de lo que deben ser las ciudades viables a largo plazo.

Segunda: no hay que poner los huevos en una sola canasta. Hay en México estados que tienen concentrado hasta el 40 por ciento de su economía (y de su sector manufacturero hasta un 70%) en una sola rama industrial. Cuando los vientos del consumo, la geografía o la competencia circulen hacia otro lado, esos estados padecerán seriamente los costos no sólo de no haber diversificado sus economías, sino de no haber transitado a tiempo hacia la innovación y la generación de talento.

Tercera: no gastes lo que no tengas. Por años, Detroit padeció la adicción a gastar muy por encima de sus posibilidades presupuestales; cuando éstas ya no alcanzaron, recurrieron al crédito. Y cuando ya no pudieron pagar las deudas, pidieron acogerse a la bancarrota. ¿Suena familiar, verdad? Hoy varios gobiernos estatales y municipales mexicanos recurren a préstamos de corto plazo para enmascarar su falta de liquidez y la complicada situación de sus finanzas públicas.

Finalmente, Detroit es un caso de alta visibilidad por el simbolismo y la gradualidad con que se fue gestando su quiebra, pero en modo alguno es el único.

Sus lecciones son invaluables si queremos gobiernos profesionales.

og1956@gmail.com