Las primaveras ¿fallidas?

Las primaveras ¿fallidas?
Por:
  • larazon

Otto Granados

Hace un par de años, parecía haber en el mundo una especie de entusiasmo febril por lo que estaba ocurriendo con las movilizaciones y primaveras en distintos países árabes.

Pero lo que no se advirtió en ese momento es que, por un lado, no es automático el tránsito de regímenes políticos muy particulares a la fundación de sistemas basados en una tradición democrática y una cultura institucional basados en la ley. Y, por otro, es posible que, como lo describió T.J. Pempel, haya “democracias diferentes” cuyo tejido no es el que tradicionalmente se conoce en Occidente.

Por ejemplo, hace años, el gobierno de Singapur emitió un proyecto sobre “Valores Compartidos”, de acuerdo con el cual la importancia de la nación sobre el individuo, la familia como unidad básica de la sociedad, la comunidad sobre el individuo, el consenso sobre la diferencia, y la armonía racial y religiosa son los valores sobre los cuales se sostiene la cohesión y el progreso de esa sociedad asiática. En realidad, era el catálogo de valores que diseñó, popularizó y ejerció Lee Kwan Yew, el fascinante creador del Singapur que conocemos y por décadas su presidente, para elaborar su tesis de que la democracia, en ese contexto, era un obstáculo para el crecimiento económico.

Pero en países de otra tradición social, religiosa y política, el problema no es de definición sino del reconocimiento de que la articulación de regímenes políticos modernos tiene que ver con valores, con cultura cívica y con bienestar social y económico, que los hagan sostenibles en el tiempo y homologables de acuerdo con ciertos estándares internacionales. Justo lo que probablemente hoy tiene convulsionados a varios de ellos.

Y esto plantea dos problemas. Uno de tipo estructural que es la enorme dificultad para levantar instituciones democráticas prácticamente de la nada. Y el otro es que lidiar con las corrientes radicales que quieren estados sometidos a la religión, sociedades teocráticas o, de plano, crear “nuevas civilizaciones”, conduce casi inevitablemente a la ingobernabilidad.

Es verdad que en la construcción de regímenes políticos modernos es impensable aspirar a un salto cuántico, pero también lo es que no pocos de los regímenes autoritarios suelen defenderse bien cuando crean espejismos que, de una forma o de otra, les facilitan mantener el statu quo, y que los medios internacionales les compran rápidamente.

La moraleja es que la distancia que media entre las reacciones emocionales que suelen aflorar ante primaveras y movimientos y la construcción de una arquitectura jurídica, institucional y política propia de una democracia liberal y abierta, suele ser demasiado larga.

og1956@gmail.com