Mariel: la generación que cambió a Miami

Mariel: la generación que cambió a Miami
Por:
  • larazon

Alejandro Armengol

Aunque sus miembros tenían edades, orígenes y aspiraciones sociales y económicas disímiles, la avalancha migratoria producida por el puente marítimo Mariel-Cayo Hueso constituye un grupo intermedio entre los exiliados políticos que los antecedieron y los que —en su mayoría inmigrantes— llegaron después de 1990 a Estados Unidos y especialmente a Miami.

Dos motivos fundamentales impulsaron a miles de cubanos a una travesía incierta. El deseo de vivir en libertad y la necesidad de un mejor futuro económico. Ambos aspectos se complementan, aunque no son sinónimos.

Ahora que se destaca el triunfo económico de quienes llegaron sin un centavo —con apenas la ropa que traían puesta, hecha jirones por la espera de varios días y el viaje— no debe olvidarse que su integración a la sociedad norteamericana tuvo un carácter transformador.

Miami es otra ciudad actualmente. No sólo por el paso natural del tiempo y el aporte de los inmigrantes procedentes de Latinoamérica y el Caribe, además de las oleadas de balseros y el arribo constante de cubanos desde la isla. La llamada “generación del Mariel” fue la que cambió de forma irrevocable a la ciudad, al ampliar el consumo, la fuerza de trabajo y el uso del idioma español hasta rincones que hasta ese momento habían resistido “la invasión cubana”.

Los marielitos llegaron cargando diversas “culpas”, de las que le costó trabajo librarse. La primera fue haber vivido hasta ese momento bajo el régimen de La Habana. No importó que fuera por fecha de nacimiento, ideales políticos o imperativos familiares. Durante los primeros años a cada momento se les recordó sus errores o los de sus familiares, que imposibilitaron una “salida a tiempo del comunismo”. Si hoy en Miami es normal que al iniciar una nueva vida cualquier cubano no tenga que ocultar su pasado en la isla, es gracias al Mariel.

Mientras que hasta ese momento la mayoría de los exiliados había llegado por sus esfuerzos y los de sus familiares, luego de un recorrido que podía incluir una estancia de varios años en un tercer país y una extensa espera —que para muchos significó también largos períodos de trabajo obligatorio en la agricultura antes de lograr la salida—, estos recién llegados habían simplemente aprovechado una oportunidad única.

El objetivo inicial de ir “a buscar la familia” desde Miami resultó completamente transfigurado por el gobierno cubano, que acabó por distribuir a su antojo a familiares, delincuentes, perturbados mentales, supuestos o reales homosexuales y simplemente cubanos con deseos de marcharse de aquello en las más diversas embarcaciones.

Tras tomar la decisión de abandonar la isla —algunos fueron incluso obligados a irse—, los habían montado en un bote, propiedad de unos desconocidos la mayor parte de las veces y desembarcado en Cayo Hueso. No habían venido, los “habían traído”. Ésa fue la segunda culpa a cargar.

También, a diferencia de quienes salieron primero, los marielitos se encontraron una estructura creada de negocios cubanos que les facilitó su inserción laboral —con mayores o menores ventajas, con un grado más elevado o más moderado de explotación— e hizo posible que en cierto sentido fuera menos “traumática” su nueva vida.

Las diferencias personales hacen que esa generalización sea imprecisa, pero se puede decir que tuvieron que adaptarse a una comunidad antes que a una nación.

Quien se estableció en Miami entonces tuvo que pasar por dos procesos distintos de asimilación. Uno fue la adaptación clásica a un nuevo país, nuevas costumbres y un nuevo idioma. El otro fue descubrir que junto con una serie de principios elementales —que en Cuba se habían ido deteriorando y continúan aún en crisis— en Miami subsistía una serie de valores que el recién llegado pensaba superados.

Fue en parte una vuelta a los años 50 en el mundo de los 80: el futuro en forma de pasado. Siempre alguien le leyó el catecismo de la humildad: seguir los consejos y obedecer a los que llegaron antes; ellos sabían más, porque lograron irse primero. Ésta fue otra carga —económica y emocional— para la generación del Mariel.

Cualquier álbum fotográfico de lo ocurrido durante el Mariel y las imágenes de la vida actual de aquellos refugiados ilustran el cambio. Entonces la historia se captó en blanco y negro. Fueron días extremos, de grandes contrastes. Ahora el destino de quienes vinieron hacinados en yates y barcos camaroneros no es posible sin el uso del color. ¿Una comparación superficial y chillona? Es posible. Ello no la hace menos verdadera.

aarmengol@cubaencuentro.com

*Director de Cubaencuentro